El Esequibo y la geopolítica imitativa

APUNTES DE LA ALDEA GLOBAL

El presidente de la Asamblea Nacional, Jorge Rodríguez (izquierda), y el presidente de la Comisión Especial para la Defensa de Guyana Esequibo, Hermann Escarra, se dan la mano después de revelar el nuevo mapa de Venezuela que incluye el territorio del Esequibo, una franja de tierra administrada y controlada por Guyana pero reclamada por Venezuela, en Caracas, Venezuela, el viernes 8 de diciembre de 2023 Foto: AP

Un conflicto territorial tan viejo, de más de 120 años, como el que enfrenta a Venezuela y Guyana no se activa de la nada. Tiene que haber un contexto específico para que ese tipo de diferendos llegue a un nivel de tensión militar como el que se da en estos días en las fronteras entre Venezuela, Guyana y Brasil. Lo nuevo en este viejo conflicto no es el intento de explotación de los recursos energéticos y minerales de la región del Esequibo o el litigio en la Corte Penal de La Haya, que se abrió en 2018 a solicitud de la ONU, tal y como contemplaba un acuerdo entre los tres países de 1966.

Lo nuevo es la convocatoria al referéndum sobre el Esequibo, la realización del mismo y la ofensiva mediática venezolana a favor de la anexión territorial. Mientras el Tribunal Penal Internacional llamaba a Caracas a no tomar ninguna medida unilateral que alterara el statu quo de la región y la ONU insistía en mantener la vía pacífica de negociación, Guyana valoró en su justa medida el alcance del referéndum, a la vez que buscó reafirmar sus alianzas internacionales, con Estados Unidos, Gran Bretaña y Europa, pero también con el Caribe y Brasil.

Los medios y las redes en Guyana y Gran Bretaña hablaron de un referéndum muy distinto al que reportan el gobierno venezolano y sus aliados iberoamericanos. Para estos últimos “el chavismo ganó el referéndum”, como si una mayoría de la población o, incluso, del padrón electoral de Venezuela, hubiese votado por el sí. Para los primeros está claro que sólo poco más de dos millones votaron por el sí en cada una de las cinco preguntas de la consulta. Una cifra más baja que los 2.4 millones que votaron en las primarias de la oposición venezolana en octubre.

Para el gobierno de Maduro, en cambio, los bajos resultados son más que suficientes. Luego de aquellas primarias y en medio de un diálogo precario con parte de la oposición en Barbados, el oficialismo parece reavivar la internacionalización de su crisis. El anuncio de un posible viaje de Maduro a Moscú en las próximas semanas es una señal inequívoca de esa estrategia. Aunque el Kremlin no se pronuncie a favor de la anexión del Esequibo, una foto del mandatario venezolano con Putin, en este momento, reforzaría el mutuo apoyo: de Venezuela a la invasión rusa de Ucrania y de Rusia a la anexión venezolana del Esequibo.

Hay algo evidentemente imitativo en esta operación geopolítica. Suena exagerado hablar del Esequibo como una Crimea caribeña, pero la exageración proviene de la propia puesta en escena del referéndum y de la reconfiguración del mapa oficial de Venezuela, con esa región incorporada, que impulsa Maduro. No es pura coincidencia que el principal aliado internacional de Venezuela, la Rusia de Putin, promueva también un avance de su frontera hacia Ucrania y sugiera que desde México y otros países de América Latina se reclamen viejos territorios a Estados Unidos, Europa o a las propias naciones independientes de la región, como es el caso de Guyana.

La geopolítica imitativa permite constatar, una vez más, el extraño conservadurismo histórico de estos supuestos gobiernos contrahegemónicos. Nicolás Maduro no tiene empacho en remitir su oposición al Laudo de París de 1899, por el cual se atribuyó la posesión territorial del Esequibo a la Guyana británica, a antecedentes como el nacionalismo militarista de Cipriano Castro o a la legislación borbónica de fines del siglo XVIII, que reconocía ese territorio como parte del virreinato de la Nueva Granada.

Cualquier cosa menos recurrir al antecedente más inmediato, que fue la firme defensa de la soberanía venezolana sobre el Esequibo de los gobiernos de Rómulo Betancourt y Raúl Leoni, entre 1962 y 1966. Éste es el antecedente incómodo por toda la carga de distorsión chavista contra los gobiernos de Acción Democrática, durante la Cuarta República, y por su apuesta decidida por una solución pacífica y negociada a la disputa.

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