Hace poco más de cien años, el 14 de noviembre de 1923, tarde en la noche, W. B. Yeats recibió una llamada de Bertie Smyllie, editor de The Irish Times, para avisarle que había ganado el Premio Nobel de Literatura.
La primerísima reacción de Yeats es famosa: “¿Cuánto es, Smyllie, cuánto es?”. Es también conocida la historia de que el poeta y su esposa salieron a medianoche a buscar una botella de vino infructuosamente, anotando él: “Como una celebración era obligada, cocinamos salchichas”.
Todos los irlandeses festejaron la noticia, pero no los ingleses, que lamentaron que no lo ganara Thomas Hardy, y no los gringos, que lamentaron que ningún escritor de ese país hubiera recibido todavía la distinción (y tendrían que esperar hasta 1930, cuando Sinclair Lewis fue reconocido). Yeats había sido nominado en años previos, perdiendo en 1922 ante el español Jacinto Benavente por razones, se nos dice hoy, de cuota geográfica.
Pero todo cambió en 1923. La Academia sueca elogió al poeta “por su poesía siempre inspirada, la cual en una forma elevadamente artística le da voz al espíritu de toda una nación”. En septiembre de 1923, una frágil y naciente Irlanda se unía a la Liga de las Naciones para enfatizar que era un Estado soberano y autónomo en los asuntos mundiales. El portavoz de la Academia recalcó que Yeats era “el intérprete de su país, un país que ha esperado largo tiempo a que alguien le dé una voz”. Yeats jugó el juego y declaró: “Considero que este honor se me ha otorgado menos como individuo que como representante de la literatura irlandesa, es la bienvenida que Europa le da al Estado Libre”. Y, aunque Yeats fue senador en un par de ocasiones y su identificación con Irlanda es tal que llega a ser confusa y malinterpretada, el poeta nunca fue ensombrecido por el político. El propio Yeats, años después, lo dejaría claro en un poema titulado, precisamente, “Política”, el cual tiene un epígrafe de Thomas Mann (otro aspirante al Nobel de aquellos años): “En nuestra época, el destino del hombre presenta su sentido en términos políticos”. Yeats parece querer refutar a Mann con su poema, el cual es una delicia y cito íntegramente en traducción de Jordi Doce:
“¿Seré capaz, estando allí esa chica,
de prestar atención
a la política española
o la romana o la soviética?
Pero aquí hay un hombre viajado
que sabe de qué habla,
y a su lado un político
que ha leído y pensado largamente,
y tal vez lo que dicen sea cierto
de la guerra y el riesgo de una guerra,
mas ah si volviera a ser joven
y pudiera tenerla entre mis brazos”.
El primer verso, lo confieso, ha sido un estribillo mental a lo largo de mi vida: “¿Seré capaz, estando allí esa chica…?”, graciosa y elocuente manera de poner siempre a la vida en el primer y más inmediato plano, aunque esa misma vida esté atravesada por el mal necesario de la política.
Hoy como nunca es difícil respirar sin sentir el llamado de la responsabilidad cívica, de alzar la voz, de involucrarse, de hacer política en el más ínfimo, pero necesario de los niveles: el personal. ¿Seremos capaces, estando allí esa vida tan cómodamente nuestra, tan a resguardo de la política?