Si al empezar 2023 me hubieran dicho que mi hermana moriría en junio, quién sabe cómo habría transitado los primeros meses del año. Es más, no tengo idea qué cuerdas internas he jalado para ser funcional desde entonces, aunque llore a cada rato porque la extraño, igual a mamá y a Fernando, las ausencias de mi núcleo que se amontonaron desde 2019, el último hilo con la infancia. También ignoraba que mi novio iba a enfrentar en agosto dos operaciones que lo tendrían grave, hospitalizado durante un mes. La angustia como una calza de mi talla.
Cuando lo pienso me da miedo el futuro, pero para ser justa no todo fue dañoso en estos meses: mi hija, espléndida, acaba un ciclo como estudiante. Me fascina atestiguarlo, verla recia; Juan Pablo ya está fuera de peligro y nos besamos con frecuencia; mi familia es un abrazadero de solidez; estoy arropada, tengo salud, disfruto la soledad. Tanto la terapia como el yoga ayudaron a remontar las crisis, peleo menos con quien voy siendo. Tengo cerca a mis amigas y amigos de vida, la poesía es aún eje de todo, disfruto enormidades la chamba. Nada de esto es poca cosa; el conjunto resulta un desborde de gratitud.
Llego a los últimos días del año con fracturas mayores, pero de algún modo entera. Aprovecho las vacaciones para hincarle el diente a Ayer, de Agota Kristof, escritora húngara nacida en 1935, que a los 21 debió exiliarse en Suiza. La novela, muy breve, revela la tensión chirriante entre el impulso vital humano y la desesperanza más acre. En una escena, mientras un niño de seis años contempla el cielo se le acerca un hombre maduro:
—Pequeño, vengo desde muy lejos. Dime, ¿por qué miras la luna?
—No es la luna —respondió el niño, molesto—, no es la luna lo que miro, es el porvenir.
—Yo vengo de allí —le dije, bajito—, y no hay más que campos muertos y fangosos.
—¡Mientes, mientes! —gritó el niño—. Hay dinero, luz, amor. Y jardines llenos de flores.
En 2024 me gustaría conciliar ambas posturas: la adulta consciente de que mañana puede venir la avalancha de lodo, de tierra seca, y al mismo tiempo la niña que espera luz y flores. Sin ingenuidad quiero concentrarme en lo segundo, por un necio “optimismo de la voluntad” (la expresión es del poeta Luis García Montero). Espero lograrlo.
Y además confirmo las palabras de Joaquín Sabina: “Ahora que estoy más viva de lo que estoy, / ahora que nada es urgente, que todo es presente / que hay pan para hoy”. Sí, en la mesa de fin de año me faltará gente clave, pero tengo pan y vino para brindar hoy porque tuve su compañía.
Gracias muy netas por leerme en este año. Que el nuevo ciclo llegue hinchado de bienandanzas para ti.