Por más de un año, mientras Hamas se preparaba para perpetrar la masacre más grande del pueblo judío desde el Holocausto, mientras sus militantes aprendían de memoria la ubicación de las comunidades en el sur de Israel y las rutas hacia ellas, mientras semana tras semana, la organización mandaba a adolescentes a aprender los movimientos del ejército y la ubicación de las cámaras de seguridad, del otro lado de la frontera, el Gobierno de ultraderecha, liderado por Benjamin Netanyahu, se dedicó a avanzar una agenda legislativa para limitar los poderes de la Suprema Corte en Israel y acabar con la democracia.
Por meses, los más altos rangos de todas las agencias de seguridad, incluidos los dirigentes del Mossad, del ejército y del Directorio de Inteligencia Militar, advirtieron, primero en privado y luego públicamente, que Israel se encontraba en grave peligro. La división y el odio que había causado el intento de la coalición de tomar el poder absoluto en el país, señalaron alarmados, habían debilitado profundamente al país. En un contexto de seguridad regional complicado, esta debilidad podría traducirse rápidamente en un ataque militar. Sin embargo, las decenas y decenas de advertencias llegaron a oídos sordos.
Todo comenzó abruptamente, tan sólo unos días después de que entrara en turno el nuevo Gobierno en enero del año pasado. El ministro de Justicia, sin siquiera avisar a los representantes parlamentarios de su propio partido, anunció en una conferencia de prensa el gran proyecto político del Likud de Netanyahu y la coalición: cambiar el sistema de elección de jueces para controlar la Suprema Corte, limitar los poderes de esta institución y eliminar el poder de los fiscales generales, para así convertirse en los amos del país. En resumen, el fin de la democracia israelí.
Pocos anticiparon la respuesta del público. El campo democrático liberal, adormecido por más de dos décadas, temiendo por su libertad, se levantó como nunca antes. Por ocho meses, semana tras semana, cientos de miles de israelíes salieron a las calles a manifestarse. Se calcula que un cuarto del país participó en el movimiento activamente, y más de 70 por ciento del país, incluido un tercio de los votantes de Netanyahu, se opuso a la supuesta reforma. Uno de los movimientos prodemocráticos más grandes de la historia.
Esta semana, en medio de la guerra, la Corte se pronunció sobre la legalidad de la única ley del paquete antidemócrata que el Gobierno logró promulgar. No solamente votó 8-7 en contra de esta ley que pretendía limitar sus facultades, sino que declaró (13-2) que tiene la facultad de eliminar leyes que atenten contra el carácter democrático del Estado. Sin embargo, la democracia no se gana en las cortes, sino en las calles. Fue el movimiento más grande en la historia de Israel el que paró al Gobierno y le otorgó a la Corte la absoluta legitimidad de la vox populi. El país continúa en guerra; el Gobierno, a pesar de ser absolutamente impopular, no ha caído; sin embargo, la contundente victoria del campo democrático sobre el intento de una coalición de extremistas, fascistas, ultrarreligiosos y oportunistas políticos por cambiar la naturaleza del país, es un primer paso hacia el cambio que después del ataque terrorífico de Hamas parece inevitable.