Lo que no se enseña

COLUMNA INVITADA

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

En un texto muy conocido por los psicoanalistas, Sigmund Freud compara la potencia terapéutica del análisis y la injerencia del analista sobre los potenciales cambios que pueda inducir el tratamiento sobre el paciente, con la concepción y el crecimiento embrionario.

Allí, Freud señala que así como los encargados de producir el engendramiento se limitan a un acto acotado, aun sabiendo que dicho acto tendrá consecuencias importantes y permanentes, no pueden incidir sobre los detalles. Se puede engendrar -en última instancia, se participa de una acción-, pero no se puede decidir qué se desarrollará primero en el útero de la madre: este o aquel miembro, de tal o cual manera, eso escapa al control de los progenitores.

Del mismo modo, podemos decir que una vez que sentamos las bases de lo que se enseña queda el camino liberado para que, sin intervención directa de los padres, pueda tener lugar todo lo que no se enseña.

Más allá de la herencia

Hay cosas que no se enseñan quiere decir que no todo lo que proviene de los hijos, todo lo que expresan relativo a gustos y a inclinaciones, procederá de la incidencia de los padres.

No todo se enseña quiere decir que además de la herencia insoslayable, nuestros hijos también son espontáneos, originales, singulares. Entiendo que nuestro deber como padres es poder llegar a conocerlos, recibirlos, hacerles lugar; permitirles, después de todo, que nazcan al mundo.

Además, paradójicamente, hay cosas que se enseñan no enseñando. Pero no me refiero otra vez a lo que comentaba hace dos semanas, respecto de enseñar con el ejemplo. Me refiero a un estadio que podríamos llamar lógicamente anterior, o éticamente primero. Paso a explicarme.

Enseñar con el ejemplo, con las actitudes y con los actos efectivamente cometidos antes que con enunciados puramente declamatorios o consignas prescriptivas, a eso me refería en el apartado anterior. Si mi hijo no lee y yo querría que leyera, tal vez -aunque no necesariamente- eso sea un reflejo de mi propia conducta respecto de la lectura. Sin embargo, aquí me interesa señalar otro punto que considero más elemental, más básico, aunque no por eso más sencillo de entender ni de practicar.

Enseñar con el ejemplo implica un contenido, una posición respecto de cómo deberían ser las cosas, por convicción, por ideología, por gusto, en definitiva, por elección personal de los padres. Por eso mismo, es importante hacer el esfuerzo por dejar el cigarrillo si se quiere enseñar a los hijos que es conveniente no fumar; como sabemos, esa es una lección mucho más importante y efectiva que la perorata consabida de “fumar es perjudicial para la salud”.

Ahora bien, si respecto de una actividad, de una idea, de un ideal o de una experiencia en particular, alguno de nuestros hijos muestra alguna inclinación, afición o interés especial, aun cuando se trate de una opción que no estaba en el menú que nosotros, como padres, habíamos ofrecido, allí correspondería llamarnos a silencio, respetuosamente.

Lo que no se enseña

¿Cuándo conviene llamarnos a silencio?

¿Qué quiero decir con llamarnos a silencio respetuosamente? Me refiero a que si se tratara de un campo de intereses ostensiblemente ajeno a nosotros, y más aún, si contradice algún tipo de ilusión que habíamos abrigado respecto de que nuestro hijo siguiera tal o cual carrera u oficio, o se interesara en tal o cual actividad o se enrolara detrás de esta o aquella ideología, entonces allí correspondería de nuestra parte, como padres, hacerle lugar a la novedad por venir con nuestro silencio respetuoso.

¿Por qué habríamos de llenar con ruido, palabras y recetas el lugar vacío al que podría advenir el deseo de nuestros hijos?

Consideren este capítulo un elogio de la curiosidad. Traer hijos al mundo, criarlos, verlos crecer, si las cosas andan más o menos bien, debería ser algo más que pretender encontrar en ellos una especie de clones o de reivindicadores de nuestras propias asignaturas pendientes.

Por eso, me parece interesante mantener abierta una pregunta y sostenerla, hasta que el despliegue de las potencialidades sugeridas por el deseo de nuestros hijos, nos permitan conocerlos. Probablemente, este conocimiento se produzca al mismo tiempo. Es decir, en cuanto ellos comiencen a hacer pie en la realidad, cuando logren habitar una escena rodeados de actividades, cosas y lazos que realmente los representen como sujetos, recién entonces tal vez nosotros, como padres, estemos también en condiciones de conocerlos. Es lógico, ya que, de lo contrario, ¿a quiénes conoceríamos sino a unos actores interpretando más o menos mal el guion escrito por nosotros?

Hacer lugar a la sorpresa

Recordar que hay cosas que no se enseñan significa que nuestros hijos son personas diferentes de nosotros y que es bueno respetar esa diferencia en todo momento.

Por otra parte, ¡qué suerte que haya cosas que no se enseñan! ¡Basta de demandas, por favor!

De alguna manera, mi comentario de hoy constituye un retoño de la ley de prohibición del incesto. Esta ley dice: “no mantendrás relaciones sexuales con tus hijos ni reincorporarás tu producto”.

El contenido de esta ley puede ser entendido desde lo concreto, y es correcto entenderlo de ese modo. En cuanto a una lectura metafórica de la misma, tal vez pretender que los hijos hagan lo que nosotros queremos, realicen nuestros ideales y subsanen nuestras frustraciones, es decir, que “sean nosotros mismos” pero mejorados, presenta un nivel de endogamia que roza con lo incestuoso: gozar con ellos como si fuéramos nosotros de acuerdo a nuestros modos y condiciones de goce, abortar su singularidad en pos de la reproducción de nuestra propia subjetividad, ahora parasitaria de la vida de nuestra descendencia.

Recordar que hay cosas que no se enseñan es también mantener la puerta abierta para la sorpresa. Afortunadamente para nuestros hijos, para nosotros y para todos, hay cosas que no podemos prever. La más importante es la singularidad de cada quien.

* Psicoanalista. Doctor en Psicología. Magíster en Psicoanálisis. Especialista en Psicología Clínica. Profesor y Licenciado en Psicología (UBA). Entre otros libros, ha publicado Vivir mejor. Un desafío cotidiano (Paidós 2021); La función social de la esquizofrenia. Una perspectiva psicoanalítica (Eudeba 2020); Clínica de la elección en psicoanálisis. Vol. I y II (Letra Viva 2013).

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