La semana anterior se dio una noticia que no llegó a las primeras planas pero que, en su modesto rincón de las páginas interiores, no dejó de llamar mi atención.
Joao Pimenta da Silva, de 74 años, vecino de la ciudad de Ipatinga, Brasil, murió por las lesiones que padeció al caer dentro de un agujero de 40 metros de profundidad.
Pimenta da Silva tuvo un sueño en el que se le reveló que justo debajo de su cocina había un tesoro. El brasileño decidió excavar un hoyo de cuarenta centímetros de diámetro en el lugar exacto en el que, de acuerdo con su sueño, estaba el oro. El trabajo se realizó con exactitud: la excavación es perfectamente vertical. Comenzó a cavar él solo, pero cuando no encontró nada a pocos metros de la superficie, decidió que debía seguir buscando a más profundidad y pidió ayuda. Fue así que contrató a varias personas para que trabajaran en la obra. El pozo llegó a los cuarenta metros de profundidad hasta que topó con una piedra muy dura que impidió que avanzara la excavación. Según cuenta un vecino de Pimenta da Silva, el hombre había decidido usar dinamita para romper la piedra que obstaculizaba el avance. Así iban las cosas hasta que Pimenta da Silva cayó al fondo del agujero y murió.
Esta historia puede parecer ridícula e, incluso, un ejemplo más de la estupidez humana, pero a mí me intriga, porque quisiera saber qué es lo que pasaba por la cabeza de Pimenta da Silva.c¿Por qué no abandonó la tarea cuando excavó a dos o tres metros y no halló nada?
Si hay un tesoro enterrado, lo más probable es que no estará muy lejos de la superficie. Lo asombroso es que Pimenta da Silva estaba tan convencido de la veracidad del mensaje que había recibido en sueños, que siguió cavando. Si no hubiera muerto, es probable que hubiera avanzado a 50 o a 60 metros de profundidad. El hombre estaba tan seguro de que ahí había un tesoro, que quizá nunca hubiera dejado de excavar.
Si quisiéramos diagnosticar a Pimenta da Silva diríamos que padecía de un delirio que lo había embarcado en una búsqueda inútil, alejada de la realidad. Sin embargo, no hemos de olvidar que algunos de los grandes descubrimientos de la humanidad han sido el resultado de búsquedas que, en su momento, parecían enloquecidas. Habría que concederle a Pimenta da Silva, por lo menos, que su tenacidad tenía algo de admirable.
Me pregunto qué pasará con el agujero. ¿Lo dejarán ahí? ¿Lo rellenarán? Sería una triste ironía que debajo de esa enorme piedra estuviera escondido un tesoro de abundantes piezas de oro. Pero si el tesoro está ahí, esperando a ser descubierto, es algo que ni usted ni yo, estimado lector, jamás sabremos.