Las primeras semanas después del ataque fatídico del 7 de octubre fueron de completo shock para la sociedad israelí. Conforme fueron saliendo a la luz las atrocidades de Hamas, la sociedad israelí, profundamente polarizada antes de la guerra, se unió en solidaridad. Como suele pasar en cualquier país después de una declaración de guerra, las divisiones se pusieron a un lado; sin embargo, contrario a lo que suele suceder, la unidad israelí no se tradujo en apoyo a su líder. Para el público israelí es claro que Netanyahu tiene buena parte de la responsabilidad. Semana tras semana, sus números siguen cayendo, augurando una estrepitosa caída del alguna vez respetado político.
Sin embargo, la entrada de dos exjefes de las Fuerzas Armadas y miembros del Parlamento de centro, Benny Gantz y Gadi Eisenkot, a su gabinete de guerra, le otorgó a Netanyahu la credibilidad que necesitaba para mantener el apoyo de Estados Unidos y el silencio de sus opositores por los primeros cien días. Esta unidad artificial está a bordo de explotar.
En vez de asumir su parte en el fracaso más grande de la historia de Israel, Netanyahu se ha negado públicamente a asumir responsabilidad. En vez de crear una coalición con los partidos de centro, desechando del gobierno a la ultraderecha, y asegurando así mayor apoyo internacional, Netanyahu prefirió mantenerlos cerca. En vez de desarrollar una estrategia para responder a la crisis de cientos de miles de desplazados, Netanyahu se ocupa de atacar a sus rivales políticos. En vez de discutir con el gabinete los objetivos políticos de la guerra, Netanyahu se niega a establecer una visión para el fin del conflicto, pensando que así podrá aplazar su caída. En vez de reorganizar el presupuesto nacional para ayudar a los miles de heridos, desplazados y traumatizados, Netanyahu aprobó billones para financiar la educación ortodoxa y ministerios encargados de programas religiosos, reduciendo además los presupuestos del Ministerio de Salud (sí, de salud en tiempos de guerra), de Educación y de Seguridad Social.
Esta semana, por primera vez un ministro de su Gobierno rompió el silencio en televisión. Gadi Eisenkot político de centro y exjefe de las Fuerzas Armadas, quien tan sólo hace un mes perdió a uno de sus cinco hijos luchando en la guerra, reveló al país lo que todos sospechaban: Netanyahu miente. Israel no se encuentra cerca de acabar con Hamas en Gaza, ni podrá rescatar a los rehenes en una operación militar. Esta semana, en uno de los episodios más patéticos de su carrera, Netanyahu tomó crédito públicamente de un esfuerzo diplomático de las familias de los rehenes y el presidente francés Macron, en el que nada tuvo que ver y de cual se enteró en el último minuto, para enviar medicina a los rehenes por mediación de Qatar. Esto no sólo enfureció a Macron, sino que aplazó y puso en peligro el trato. La farsa incluyó una foto de primer ministro al lado de unas cajas que supuestamente contenían medicinas. Hasta esto ha llegado. En su entrevista, Eisenkot señaló que el único camino posible para el país son elecciones. Por las calles de Israel se ven letreros por todas partes: liberación de los rehenes ¡ahora!, elecciones ¡ahora!