¿Expulsar a los adolescentes?

COLUMNA INVITADA

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

Los hijos necesitan irse de la niñez, entonces se hacen adolescentes; pero luego, para que las cosas no se vuelvan insoportables e incluso enfermizas, resulta imperioso que salgan de ese lugar intermedio, de irresolución, de temporalidad suspendida -como el hospicio de La montaña mágica, de Thomas Mann- que representa la adolescencia.

Al cabo de dicho período será importantísimo no retenerlos, tema del que me ocuparé en mi próxima columna en este mismo Diario.

Lo que me interesa señalar hoy es la agresividad de los padres, lo terribles que podemos llegar a ser con nuestros hijos si instauramos una lógica violenta, ya sea por exceso o por defecto.

Efectivamente, lo que queda velado en la dinámica de la expulsión / retención es, ni más ni menos, el estatuto de objeto que les damos a los hijos. Ellos, que en el mejor de los casos han venido a ocupar el lugar preparado por las expectativas y los deseos más sublimes de los padres, suelen encarnar lo más preciado en la vida de estos y, como sabemos, condensan todos los brillos que los padres imaginamos.

Sin embargo, desde ese lugar resplandeciente, los hijos pueden caer como por un tubo intestino hacia la degradación más abyecta. Los hijos pueden ser objeto de denuesto, de burla, de desprecio y de desecho por parte de los padres. Quién no ha escuchado alguna vez frases tales como “antes que mi hijo sea X preferiría no volverlo a ver”, o la contraria, “si mi hijo no fuera X… etcétera”, e incluso epítetos mucho peores.

Despejemos el valor de X

En cuanto al valor de X, los hay variados: homosexual, médico, abogado, delincuente, drogadicto, cura, lesbiana, bailarina, actor, artista, etcétera. Deliberadamente, como habrán notado, mezclé valores que suelen funcionar con cierta frecuencia tanto para la fórmula positiva como para la negativa, en relación con los dos planteos.

Me parece que esta situación muestra bien el hecho de que ya sea por la negativa (si mi hijo no fuera…) o por la positiva (si mi hijo fuera…), queda bien expresado, de todos modos, el destino de objeto que los hijos padecen en estas locuciones. Y lo peor de todo es que no se trata solo de enunciados, sino de patrones de pensamiento que determinan conductas.

En este contexto, no expulsarlos, tal la propuesta de este apartado, no se reduce simplemente a no expulsarlos del nido cuando todavía son demasiado pichones, medida que puede ser precautoria, para no exponerlos a riesgos para los que aún no estén preparados. No expulsarlos quiere decir no ser desdeñosos, no ser hostiles, no ser agresivos, no ser ácidos para con sus gustos, sus inclinaciones, sus valoraciones personales, sus vocaciones, sus sentimientos.

¿Expulsar a los adolescentes?

No expulsarlos quiere decir…

No expulsarlos quiere decir no soltarles la mano si son y se comportan de un modo distinto a como somos y a lo que haríamos nosotros.

No expulsarlos quiere decir seguir queriéndolos, incluso cuando ya hayan dejado de ser aquellos pequeños que nos enternecían, nuestros chiquitos, o cuando estén intentando dejar de serlo.

No expulsarlos quiere decir dejarlos crecer, resignarnos a que puedan dejarnos sin adelantarnos nosotros abandonándolos a ellos con nuestros enojos, ya sea por resentimiento, por celos o por envidia.

No expulsarlos quiere decir permitirles que nos expulsen tranquilamente -o como puedan- del lugar de ser padres y madres de hijos todavía no autónomos.

No retenerlos, como les decía más arriba, es un tema del que me ocuparé en mi próxima columna.

* Psicoanalista. Doctor en Psicología. Magíster en Psicoanálisis. Especialista en Psicología Clínica. Profesor y Licenciado en Psicología (UBA). Entre otros libros, ha publicado Vivir mejor. Un desafío cotidiano (Paidós 2021); La función social de la esquizofrenia. Una perspectiva psicoanalítica (Eudeba 2020); Clínica de la elección en psicoanálisis. Vol. I y II (Letra Viva 2013).

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