Soplan vientos de guerra. No sólo en Ucrania o en Gaza. Hace unos días, el ministro de Defensa Civil de Suecia declaró que los habitantes del país nórdico deben prepararse para una contienda militar en Europa. Poco después, el general británico encargado del personal del ejército del Reino Unido sostuvo que su país debe reclutar, entrenar y equipar más soldados para una conflagración inminente. El secretario de Estado de las fuerzas armadas británicas fue más específico y declaró que el Reino Unido necesita medio millón de efectivos adicionales para enfrentar la próxima guerra. Estas declaraciones de funcionarios y militares de Suecia y del Reino Unido no pueden tomarse a la ligera. Son advertencias de que una guerra de grandes proporciones se está cocinando en Europa y en otras partes del mundo.
Nada está escrito, por supuesto, y no sirve preocuparse por algo que no va a suceder, pero tampoco es sensato ignorar las advertencias y cerrar los ojos ante los peligros. Dicho lo anterior, no está de más que pensemos en las siguientes preguntas: ¿Cuál será la posición de México ante una nueva guerra mundial? ¿Adoptaremos una posición neutral? ¿Deberemos tomar partido? ¿Quiénes serán nuestros aliados? ¿Cómo participaremos en el esfuerzo bélico?
Estas preguntas ya se plantearon y se respondieron en el siglo pasado durante las dos guerras mundiales anteriores. Por fortuna, en ambos casos tuvimos a dos estadistas que supieron sostener con seguridad el timón nacional en medio de la tormenta: Venustiano Carranza y Manuel Ávila Camacho. En la primera guerra mundial, México adoptó una posición neutral y en la segunda, México participó en el bando de los Aliados. Ambas decisiones fueron las correctas en cada caso. México salió indemne e incluso fortalecido después de ambas conflagraciones.
Podría decirse que ya tenemos suficientes problemas como para ponernos a pensar acerca de una próxima guerra mundial que, al día de hoy, resulta lejana para muchos mexicanos. No obstante, aunque el tema no merezca todavía una discusión ordenada en el espacio público nacional, no puede echarse en saco roto, porque después puede ser demasiado tarde. Sea quien sea la próxima presidenta de México, sus equipos de gobierno deberán tener previstas las respuestas ante distintos tipos de escenarios en el campo internacional. Al igual que sucedió durante el gobierno de Ávila Camacho, convendría convocar a un gobierno de unidad nacional en el que las distintas fuerzas políticas llegaran a un gran acuerdo que permitiera que la posición de México en el conflicto fuese lo más fuerte posible.
Nuestra cercanía geográfica, económica, política y cultural con los Estados Unidos es un factor determinante de cualquier decisión que se tome en caso de una contienda mundial. De ninguna manera podemos estar enfrentados a nuestro país vecino, en él viven muchos millones de personas de origen mexicano (sin olvidar a los más de un millón y medio de estadunidenses que viven en nuestro país). Sin embargo, la pregunta que se plantearía en un futuro, como se planteó en el siglo pasado, es la de qué tanto podemos y debemos participar en el esfuerzo bélico del país del norte. En la segunda guerra mundial, México contribuyó significativamente con el programa de braceros, que permitió la entrada de trabajadores mexicanos que reemplazaron a los hombres que partieron al frente en el ejército de los Estados Unidos y con el suministro de las materias primas indispensables para las operaciones militares, en particular, el petróleo. Es cierto que muchos mexicanos se enlistaron en las fuerzas armadas estadunidenses y que México envió un batallón aéreo al frente del Pacífico, pero no fueron esas contribuciones militares las más significativas en la participación del país en la guerra mundial. Algo que le quedó absolutamente claro al presidente Ávila Camacho fue que la colaboración de México con los Estados Unidos en la segunda guerra mundial no podía poner en entredicho la soberanía nacional. Hubo fuertes presiones para que se instalaran bases militares y navales en el territorio mexicano, pero se supo responder a ellas con seriedad y gallardía.
El mundo es más pequeño, más interconectado y más frágil ahora que hace ochenta años. Recemos para que el monstruo de la guerra no se apodere de la humanidad.