¿Qué es un soneto?

ENTREPARÉNTESIS

Julio Trujillo<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Julio Trujillo*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

Una minúscula, apenas perceptible polémica se ha desatado en el también minúsculo, apenas perceptible microcosmos de los lectores de poesía en inglés que comparten textos, opiniones y hallazgos por la vía de la red social antes conocida como Twitter.

La discusión gira en torno a un libro de poemas que ganó el Premio Pulitzer para Poesía en 2022, titulado frank: sonnets (Graywolf Press, 2021), cuya autora es Diane Seuss (pronúnciese ¡zuz!). El libro consta de 128 poemas que llamamos “sonetos” por dos razones: la primera es que así los llama la autora, y no hay mayor concesión ni generosidad en literatura que la del beneficio de la duda o, si se prefiere, para decirlo con Coleridge, suspensión de la incredulidad: esa entrega absoluta de un lector a los poderes de seducción de un determinado texto; y la segunda es que cada poema consta de catorce versos, medida clásica del soneto, y juega constantemente con las reglas de esa composición poética, en la mayoría de los casos para romperlas o ignorarlas, pero en cualquier caso para tener siempre presente el fantasma del molde original. Sonetos, pues.

¿Y la polémica? Una señora, que se presenta como “poeta formalista católica”, citó uno de los sonetos del libro con este comentario: “Sí, ya sé que Diane Seuss ganó el Pulitzer de Poesía en 2022, pero esto no sólo NO es un soneto, sino que no es de ningún modo poesía. Es prosa”. Los poemas de Seuss son, en efecto, muy narrativos, aunque dispuestos en catorce líneas, y uno puede entender el sofoco de la poeta formalista católica ante el atrevimiento y arbitrariedad de Diane Seuss al llamar “soneto” a esa composición. Pero, ¿es de hecho una arbitrariedad y es de hecho un atrevimiento? Basta acercarse a cualquier definición de “soneto” para entender su movilidad a lo largo del tiempo. De cuna italiana en el siglo XIII (pero con una notable ascendencia árabe), el soneto es una “composición poética que consta de catorce versos endecasílabos distribuidos en dos cuartetos y dos tercetos”, dice la Real Academia, y añade: “En cada uno de los cuartetos riman, por regla general, el primer verso con el cuarto y el segundo con el tercero…” Y en los tercetos las rimas pueden ordenarse de distintas maneras. El soneto conoció una edad de oro con Dante, Cavalcanti y Petrarca, y ese “itálico modo” fue importado a España por el Marqués de Santillana y después por el gran Garcilaso y su amigo Boscán. Su gran valedor en Inglaterra fue Shakespeare, por supuesto, y después Spenser, usando serventesios y pareados. De entonces a la fecha las metamorfosis han sido muchas y saludables, desde innovaciones métricas como sonetos trisílabos o alejandrinos (Darío) hasta sonetos polimétricos con versos de diferentes medidas. También se ha experimentado con la rima, tanto en la búsqueda de una máxima complejidad, como el soneto en “yx” de Mallarmé, como en su disipación, como lo demuestra Octavio Paz en la traducción de ese mismo soneto.

Apenas si requerimos acudir a la etimología, pues el oído atestigua el “son” del soneto, y en el son están la canción y el canto. Si nos obligan, diremos que “son” viene del latín sonus: sonido. Hay un ritmo y una música en el espacio acotado de las catorce líneas de los poemas de Diane Seuss, hay rimas secretas y vueltas deliberadas, guiños, resonancias. De ninguna manera es la prosa de todos los días, sino lenguaje cargado de sonido, de canto. Es la más reciente estación en el incansable viaje del soneto.

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Carlos Olivares Baró