Las dos vías de la pacificación

ANTROPOCENO

Bernardo Bolaños*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

Se buscan los restos de un general revolucionario muerto en Panamá en 1895 y se cita, casi diario, a Juárez, Madero, Zapata, etc. Hagamos una comparación histórica más. Esta vez entre dos acontecimientos a los que siguió un alza abrupta de la violencia: el asesinato de Carranza en 1920 y el inicio de la narcoguerra en 2006. Después de ellos hubo los dos más grandes picos de homicidios en los últimos cien años. Y un caso de exitosa pacificación a partir de 1938.

En 1920, habían vuelto a explotar los asesinatos en el país, pero se lograron comenzar a bajar 18 años después. “De una tasa de cuarenta homicidios por cada 100 000 habitantes en 1938, México pasó a una de menos de diez en 2006”, escriben Zepeda y Pérez Ricart, llamando “increíble” a este descenso. Pero su excelente investigación sólo examina el efecto de las políticas de desarrollo en la reducción de los asesinatos. Sí, muestran que el aumento de los años de escolaridad acompañó la disminución de las tasas de homicidio, más claramente a partir de 1950. Prueban que las políticas de desarrollo sostenido pueden ser un mecanismo pacificador. ¿Pero qué provocó el pico de violencia en 1920 y qué permitió iniciar el descenso en 1938? El asesinato de Carranza agudizó la inestabilidad política y los conflictos internos que ya plagaban al país. A pesar de los esfuerzos por establecer un gobierno estable, la presencia de facciones rivales y de líderes ambiciosos (no sólo Obregón sino Calles, De la Huerta, Villa, Herrero, Díaz, Cedillo y muchos otros) imposibilitaban la pacificación.

¿Cuál es la lección histórica? Si bien es crucial explicar, con métodos cuantitativos, el descenso de la violencia gracias a las oportunidades a los jóvenes ¿quién podría negar la evidencia cualitativa de que también fue preciso vencer a los dirigentes alzados? Desactivar y desarmar a las múltiples rebeliones fue crucial, no se debe olvidar.

A partir de 2006, México enfrenta un nuevo desafío en forma de guerra cotra los cárteles de la droga. La campaña lanzada por Felipe Calderón marcó el comienzo de un nuevo período de violencia, con consecuencias obviamente negativas en el número de homicidios. Y, como en 1920, la presencia de liderazgos violentos obstaculiza los esfuerzos de pacificación. No lo digo yo. En 2023, el Presidente López Obrador dijo en Chilapa: “Quiero hacer un llamado a la gente de esta región, […] de estas comunidades para que no se dejen manipular por quienes dirigen estas bandas que están vinculadas a la delincuencia, que no se expongan porque si los obligan y los amenazan, pues que actúen con prudencia, con cuidado, que no se confronten con los dirigentes de estos grupos, que se queden callados”.

Es incuestionable que la reaparición de grupos armados obstaculiza el efecto pacificador de los programas sociales. Esos “dirigentes”, como los llamó el Presidente, encarnan un reto para alcanzar la seguridad de la sociedad mexicana, de manera no completamente distinta a cómo lo hacían múltiples facciones enfrentadas en 1920. En última instancia, este paralelismo entre 1920 y la actualidad resalta la importancia de ambas vías de pacificación.

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