El 24 de febrero de 2022 el ejército ruso cruzó las fronteras de Ucrania en una invasión que por meses se había empeñado en negar que realizaría.
La “operación militar especial”, como Putin ha insistido en llamar a su guerra, tenía como objetivo avanzar rápidamente sobre Kiev para capturar la capital ucraniana y deshacerse del presidente en un par de semanas, apropiándose del país en un rápido golpe de mesa que nadie podría revertir, como ya había hecho con la península de Crimea en 2014. El optimismo era tal que las primeras brigadas rusas llevaban empacados sus uniformes de gala para un desfile triunfal.
Pocos esperaban que Ucrania fuera capaz de montar una resistencia efectiva. Incluso los propios servicios de inteligencia de Estados Unidos, que desde meses antes habían seguido y documentado a detalle la movilización de más de 100 mil efectivos rusos hacia las fronteras, temían que el ejército ucraniano sería arrasado por el ataque frontal de las fuerzas rusas. Sin embargo, una combinación de la incompetencia de las fuerzas rusas (en buena parte diezmadas por la corrupción crónica y una falta de coordinación efectiva) y el coraje de los ucranianos (sumado al apoyo internacional) logró detener la invasión a las puertas de Kiev y echar de vuelta a los rusos, recuperando 54% del territorio que había sido invadido.
Dos años después, ambas fuerzas se encuentran enfrascadas en una guerra de trincheras en un frente de batalla que atraviesa de norte a sur toda la parte oriental de Ucrania. El ejército ucraniano ya no ha tenido avances importantes en el último año, pero ha logrado resistir las constantes ofensivas rusas haciendo extremadamente costoso en términos económicos y humanos cada metro de avance ruso. El problema es que, mientras Rusia ha endurecido su régimen autoritario para poder lanzar a decenas de miles de sus ciudadanos al frente de batalla, así sea como carne de cañón, y ha redirigido toda su economía al esfuerzo de guerra, Ucrania sigue teniendo una fuerte dependencia del apoyo internacional para poder enfrentar a su invasor.
Los países europeos se están enfrentando a la realidad de que sus stocks de armas no estaban preparados para un conflicto real, por lo que el apoyo enviado a Ucrania está alcanzando sus límites naturales, al mismo tiempo que Estados Unidos ha comenzado a disminuir su apoyo por el año electoral en que, en el extremo, la victoria de Trump podría implicar un freno total de la transferencia de recursos y equipamiento. Por ello, este tercer año de guerra será vital para Ucrania, pues la resistencia heroica puede quedar comprometida por el hecho fundamental de quedarse sin suficientes municiones ni armas para detener las ofensivas rusas.
La apuesta de Putin es una guerra de desgaste en que, a pesar de ser una economía mediocre en comparación con sus pares de la OTAN, la posibilidad de arrojar cientos de miles de rusos al campo de batalla, tal como lo hicieron los zares y los líderes soviéticos, le permita ganar la partida. No es la primera vez que las probabilidades están en contra de Ucrania, pero si se queda sola frente a Rusia, será muy difícil que pueda contener a Goliat una vez más. El destino de Ucrania, desafortunadamente, está en manos de otros en estos momentos.