El salto del chapulín

ARISTAS

Antonio Michel Guardiola<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Antonio Michel Guardiola*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

En México llamamos “chapulineo” a brincar de un partido político a otro. Las elecciones de 2024 han sido sede de un sinfín de cambios partidistas sin importar ideología; simplemente un beneficio político-electoral.

A pesar de no ser una costumbre nueva, sorprenden los saltos drásticos entre polos ideológicos y la facilidad con que un personaje se retracta de su narrativa a fin de embonar con la nueva bandera y aspirar a un cargo u obtener protección de su pasado. Más allá del cinismo y la falta de congruencia en la política, esta tendencia refleja el vacío de representación política del país.

El chapulineo o transfuguismo político ocurre en todo el mundo, aunque no con la misma frecuencia y distancia ideológica que en México. En España han sido apenas un par de decenas de políticos que han cambiado de partido en los últimos 40 años; en Alemania los casos en los últimos 35 años han sido pocos y suelen ser independientes que se suman a un partido. En México, en este período electoral, cerca de 20 figuras políticas han alternado de partidos políticos, la gran mayoría refugiándose bajo el manto guinda.

Las decisiones de exgobernadores priistas como Alejandro Murat (Oaxaca) y Eruviel Ávila (EdoMex) de sumarse al equipo de Claudia Sheinbaum, junto con el anuncio reciente de Javier Corral, exgobernador panista de Chihuahua de luchar por una candidatura de Morena al Senado, revelan que pesa más blindarse de ataques del Gobierno en el poder que ser consistente con sus trayectorias y narrativas anteriores.

Sandra Cuevas rápidamente abandonó a la alianza que la llevó a ser alcaldesa de Cuauhtémoc, por unos zapatos naranjas y la posibilidad de ser candidata con Movimiento Ciudadano. Este caso refleja, de nuevo, que pesan más las ambiciones personales que la representación de los intereses de quienes los eligieron.

El transfuguismo político no es nuevo: grandes olas arrastraron a muchos del PRI al PRD en las elecciones de 1988, incluido el actual Presidente, quien usó el transfuguismo como la base sobre la cual construyó su movimiento (Morena). No obstante, la falta de permanencia en partidos políticos debilita los derechos, las responsabilidades y el poder que les otorgó la ciudadanía al elegirlos como representantes.

Un votante que es afín a una candidatura, pero después esa persona se registra bajo el partido opuesto, probablemente sienta desafección y desinterés políticos. De igual manera, cuando los resultados de elecciones de legisladores arrojan un cierto resultado, pero después el chapulineo altera la configuración de las mayorías, también es una falta hacia los derechos de la ciudadanía y, sobre todo, a las voces que deseaban ser escuchadas mediante su representación.

El origen de las coaliciones en este período electoral no es por propuestas convergentes, sino por rechazo al rival. PAN y PRD tienen poco en común más allá de derrocar a Morena. El problema es que la gente vota por una personalidad o por castigo a otra figura, no por lo que propongan los partidos. Hay que recordar que la ciudadanía no está para satisfacer expectativas personales de política, sino que las personas deberían hacer política para cumplir con las expectativas ciudadanas.

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