Debate presidencial, un talk show

LA MARGINALIA

Leonardo Martínez Carrizales<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Leonardo Martínez Carrizales*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

El viejo periodismo mexicano ha muerto para los intereses políticos de una sociedad sometida a cambios profundos, tanto endógenos (la alternancia, la 4T) como exógenos (la digitalización de la atmósfera comunicacional); el nuevo periodismo no acaba de nacer.

Cada vez más ciudadanos ponen bajo escrutinio la industria informativa no sólo en términos políticos, sino técnicos. Los periodistas ya no sólo son juzgadores, sino objeto de juicio.

La discusión sobre los comunicadores que podrían moderar el primer debate de candidatos presidenciales se inscribe en la línea del examen crítico, ya no digamos de su parcialidad manifiesta sin controles profesionales, sino de las prácticas periodísticas que ejercen estas famas notorias, dado el control que detentan sobre micrófonos y cámaras.

Este examen se encuadra en el que el Presidente de la República puso en marcha en sus conferencias matutinas como recurso de defensa ante ese poder incontrolado, y llegó a un punto culminante con motivo del “reportaje” de Tim Golden y la cauda de sus repetidores en diversos medios. Técnicamente, el examen a que fue sometida dicha pieza periodística ha sido reprobada por el juicio de periodistas alternativos, intelectualmente muy acreditados. Otro tanto ocurrió con el escrito de Natalie Kitroeff y Alan Feuer. Lo que el orden ético y legal no puede ya impedir, lo censuran sectores cada vez más amplios de una sociedad en busca de un nuevo periodismo.

El resquemor que despierta (cuando no el franco rechazo) el nombre de los más famosos candidatos a moderar un acto de la democracia deliberativa se debe a un juicio tácito sobre la solvencia técnico-profesional de su praxis periodística. Estos personajes conspicuos representan el último radio de un proceso que se inició en la segunda mitad de los años 90: la editorialización de todo producto y actuación periodísticos, en menoscabo de la presentación ponderada, contraste escrupuloso y corroboración de datos organizados mediante un lenguaje neutro.

La mercancía más apreciada del periodismo ha sido desde entonces la opinión; opinión convertida hoy en espectáculo. Opinión sin controles de ningún tipo. Opinión que puede desentenderse de la verdad, según uno de sus practicantes más visibles. Los periodistas notables del firmamento de la industria de las opiniones son en realidad locutores, en muchos casos ágrafos, nunca investigadores. Las notas, las reseñas y los reportajes perdieron espacio en los medios casi hasta desaparecer. El contraste de fuentes, la corroboración del dato, el cruce de cifras… ya no son recursos del periodismo, reducido al voluntarismo de opinadores sin tasa.

El espectáculo periodístico modela una opinión pública trivial, veleidosa, como la que hoy se frota las manos ante el primer debate presidencial, pues, a juzgar por el ruido que acompaña la postulación de los locutores ante el INE, se prepara un talk show en vez de una contribución sustantiva a la deliberación democrática.

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