La era de la palabra-gadget

COLUMNA INVITADA

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

La experiencia de vivir en sociedad nos atraviesa y pensarla no resulta fácil porque estamos inmersos en ella, a los saltos, sobre un caballo brioso como una de las metáforas que escoge Freud en “El yo y el ello” para referirse a los vasallajes yoicos y a su escaso dominio. La vida nos sacude y, salvo para unos pocos, siempre vamos por detrás, un poco obsoletos para nuestro tiempo, sin poder extraer consecuencias en forma anticipada, más bien pecando de nostálgicos o desorientados.

Familiarizados con los textos de Freud, solemos olvidar la función revolucionaria de su teoría: destituyente de los saberes imperantes, de los métodos conocidos y de las verdades de su tiempo. Él sabe ver más allá de sus coetáneos y abre nuevos horizontes. Sabe recoger un corpus de formaciones del inconsciente que hasta el momento habían sido despreciadas por el discurso científico: sueños, chistes, equívocos, olvidos son utilizados como la punta de lanza para demostrar que las leyes del inconsciente gobiernan a la totalidad de los hablantes y los caprichosos accidentes yoicos del decir no se circunscriben a la vida de los enfermos.

Por otra parte, aunque resulte obvio decirlo, solemos olvidar que eso que se suele denominar “época” se articula a una sociedad determinada, a un continente, un país y hasta a una clase. Tomando un ejemplo de la actualidad, no es lo mismo la “época del Covid-19” entre países que han accedido rápidamente a la vacuna que en aquellos en los que la mayor parte de la población ha tenido que esperar años sin siquiera una dosis de la misma; tampoco ha sido igual la cuarentena y la consiguiente limitación del ejercicio del derecho al trabajo con la garantía del auxilio económico del Estado que sin este.

¿Qué significa “época”?

Además, no olvidemos que “la época”, las etapas, las eras, las edades: antigua, media, moderna y contemporánea; posmoderna; victoriana; isabelina; los ’60; los ’70; etc., son construcciones lógicamente consolidades a posteriori. Esta reflexión nos permite pensar que si existiera algo así como “la década del ‘70” ya sea en términos políticos, estéticos, o cual fuere el eje de análisis que nos interese recortar, en tal caso se trataría de una construcción simbólica elaborada ulteriormente. ¿En los ’80? Tal vez. Supongamos que así fuera. En ese caso, podríamos decir que el conjunto de fenómenos políticos, estéticos y culturales que se engloban bajo el rótulo “década del ‘70” es una producción de los años ’80. Y así podríamos seguir con todas las “épocas”, si acaso acordamos en que estos recortes arbitrarios que obedecen a algunos hitos que funcionan como señales fuertes podrían ser llamados “épocas”.

Hace algunas décadas Francis Fukuyama proclamó “el fin de la historia”, aseveración polémica con resonancias hegelianas que podríamos leer hoy simplemente como una crónica del reacomodamiento estructural y el correlativo desconcierto internacional en los ejes político y económico de principios de los ’90, leído con un sesgo político no disimulado por el autor. Sin embargo, por esos tiempos, Alain Touraine recuperaba la idea de “aldea global” de Marshall McLuhan, y lejos de tranquilizarnos respecto del cese de las luchas de poder para conseguir el reconocimiento del Otro -como pareciera querer Fukuyama-, visionario, anunciaba que la globalización propiciaría el recrudecimiento de las diferencias étnicas y religiosas, reconcentradas en grupos que incluso minoritarios radicalizarían sus posiciones y comandarían las narrativas y los semblantes de las guerras por venir.

La era de la palabra-gadget
La era de la palabra-gadget ı Foto: Especial

El medio es el mensaje

A propósito de McLuhan, me interesa recuperar su historización de las sociedades de tradición oral, comparadas con el surgimiento del alfabeto soportado primero en la transmisión hablada y luego escrita. La diferencia tajante entre las sociedades apoyadas en un alfabeto escrito a mano con aquellas posteriores a la invención de Gutemberg marcan otro hito fundamental. El autor canadiense realiza este trayecto para llegar hasta la “era eléctrica”, donde propondrá -a partir de su Galaxia Gutemberg- que la comunicación de los seres humanos ha creado una membrana de palabras y sonidos alrededor del planeta, haciendo su voz y sus mensajes omnipresentes a través de los cinco continentes y por encima de todos los océanos. Afirmación con la que pongo en serie una clase de Jacques Lacan, del seminario El reverso de psicoanálisis, titulada “Los surcos de la aletósfera”.

“El medio es el masaje” dice McLuhan, para equivocarlo con “el medio es la era de las masas” (the mass-age), justamente un período de tiempo, una época. Por último, el aforismo más conocido: “el medio es el mensaje” o, para decirlo de otro modo, los sujetos que utilizamos los medios somos antes “utilizados” por ellos, de modo tal que nos moldean según sus características. En la civilización del espectáculo, cultura de lo visual como la nuestra, si seguimos los desarrollos de McLuhan, hablamos palabra escrita. Consideramos que esta es una enseñanza fundamental que, como analistas, podemos extraer de los desarrollos del estudioso canadiense: los analizantes hablan palabra escrita, los analistas escuchamos palabra escrita.

Dicho de otra manera, lo visual de la palabra, cuando no somos analfabetos, nos remite a su forma escrita. Y cuando esta es la situación, al hablar o al escuchar -es decir, al ser masajeados por el lenguaje- la palabra dicha o escuchada remite a su forma escrita, a diferencia de las sociedades de tradición oral y analfabetas, en las que el hablante o el oyente no disponen de las escansiones aportadas por lo visual de la grafía. Por consiguiente, en estos grupos la prestancia del locutor y las resonancias sonoras evocan encantamientos mágicos y ensalmos presentes de modo evidente en las sociedades analfabetas -aunque no exclusivamente, por supuesto-, hecho constatado por Frazer, tal como lo ha recuperado Freud en sus textos “sociológicos”, y reafirmado por la investigación de McLuhan.

La era de la palabra-gadget

Llego hasta aquí para comentar lo siguiente: en nuestro tiempo, en una época que no sabemos cuál es ni podemos saber cómo se llamará a partir de las décadas siguientes, cuando se establezcan sus parámetros y características -cuando sea leída-, podemos observar que ciertos rasgos del capitalismo intensivo y tecnológico ha “gadgetizado” la palabra. Sí, la palabra, esa que según Jacques Lacan es el único medio del que nos servimos en el análisis para aproximarnos a la relación entre verdad y deseo.

El aspecto visual de la palabra, la imagen de ese elemento simbólico discreto, una palabra “des-palabrada” o “a-palabrada” -la expresión es de Lacan- y como tal convertida en cosa -objetalizada, cosificada. La palabra ha sido ahora “gadgetizada” bajo al menos tres formas (y seguramente muchas otras): el botón “comprar” de las Apps; el link activo (a fin de cuentas, el “botón comprar” es un link activo vestido de botón); la noción de “llamado a la acción” incluido en una historia, estado, posteo o al final de un video de Instagram, Facebook o YouTube. Consideramos que estos tres ejemplos muestran la “gadgetización” de la a-palabra, cosificada, que en cualquiera de estos modos de presentación funciona como oferta de satisfacción directa de la pulsión por vía de un circuito abreviado con un vínculo de acceso disponible en la pantalla.

O dicho de otra manera, esta palabra-gadget monetizada parasita el único medio que analizantes y analistas tenemos para tender un puente hacia elaboraciones que eviten la satisfacción de circuito corto, inmediata, proponiéndole a la pulsión otros destinos menos sufrientes por medio de un rodeo que permita otras coreografías que enlacen a otras/os y arranquen al sujeto de su autoerotismo consumista. Esto transforma al lenguaje en un campo minado donde cada palabra-gadget puede ser un “llamado a la acción” de vaya a saber qué cosa que arranque al analizante de la escena simbólica y lo arroje fuera de la transferencia y de toda elaboración posible con el esfuerzo equivalente a un “click”, cronolecto que arrastra hasta nuestro contexto de pantallas táctiles la evocación del ruido de una tecla que, al ya no ser necesaria, denota una acción silenciosa como la pulsión de muerte.

* Psicoanalista. Doctor en Psicología. Magíster en Psicoanálisis. Especialista en Psicología Clínica. Profesor y Licenciado en Psicología (UBA). Entre otros libros, ha publicado Vivir mejor. Un desafío cotidiano (Paidós 2021); La función social de la esquizofrenia. Una perspectiva psicoanalítica (Eudeba 2020); Clínica de la elección en psicoanálisis. Vol. I y II (Letra Viva 2013).

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