La Sociedad argentina está profundamente dividida y tiene pocos puntos de convergencia. Uno de ellos es el rechazo a la sangrienta dictadura y el clamor por justicia y la memoria de las víctimas. Javier Milei ha decidido patear ese pilar y poner a prueba el consenso democrático que lleva 40 años denunciando los crímenes de la dictadura.
Desde su llegada al gobierno ha negado la existencia de la estrategia de exterminio que ejecutó el gobierno militarizado entre las décadas de los 70 y 80. Muertos, desaparecidos, secuestrados, presos políticos… todo esto, según Milei, no existió. En cambio, afirma se trató de un enfrentamiento entre el gobierno y unos guerrilleros que tuvieron bajas, héroes y villanos de ambos lados.
Se puede afirmar que en ambos bandos de un conflicto puedes encontrar gente buena y mala. Sin embargo, no se puede pensar que no existe abuso cuando hay una acción coordinada por parte de un Estado en contra de la población civil. Cuarenta años han pasado con investigaciones de organismos internos e internacionales. Cuarenta años en los que se han registrado y comprobado crímenes de lesa humanidad orquestados desde la cúpula de la dictadura. Cuarenta años en los que gobiernos de derecha e izquierda han apoyado las resoluciones de múltiples juicios en los que se ha demostrado el abuso de los militares en el poder. Cuarenta años no pueden ser borrados de un plumazo.
Milei no entiende que el repudio a los crímenes de la dictadura no es una bandera política. Podría cuestionar el número de las víctimas, como lo hizo Macri, pero no puede fingir que nada ocurrió. Su negacionismo es insultante para tantas personas que aún hoy buscan a sus desaparecidos. Las abuelas y las madres de la Plaza de Mayo, por ejemplo, no son una organización guerrillera a la que se le pueda decir que hubo personas buenas y malas de ambos lados. Ellas reclaman algo muy concreto: el regreso de sus hijos y nietos a sus brazos. El retorno de los bebés, no guerrilleros, que fueron arrebatados a sus familias para dárselos a personas afines al régimen. ¿No es éste un crimen del que podamos todos estar de acuerdo en repudiar? Parece que para Milei esto no es así, puesto que ha acusado a las abuelas de enriquecerse con su causa.
Las evidencias de los abusos son innegables. Siempre podemos alegar que el Estado respondía ante una amenaza, pero jamás podremos justificar estrategias orquestadas para minar a la sociedad civil. Hay cosas que son simplemente injustificables y que es de sentido común señalar como un pasado al que no queremos volver. Milei hace mal en alejarse de este camino. Ha tocado el único punto que mantenía unida a la sociedad argentina para cubrirlo de sombras. Esta estrategia no parece sensata ni justa. El presidente se equivoca.