Una especie de guillotina social, es a lo que todavía hoy —en tiempos de leyes y derechos— queda sentenciada aquella persona que decide desobedecer al sistema que establece que, el género que la naturaleza le asignó al nacer, es con el que debe de presentarse el resto de su vida.
Para muchos —casi la mayoría—, será de orden imperdonable actuar de manera contraria. Quien lo haga, será objeto de juicio social y desprecio. Sin importar lo que diga la ley, ni los derechos humanos.
Y así, se van llenando los estantes de carpetas de investigación por transfeminicidios o suicidios, y a los hechos me remito.
La lucha de las personas trans en el mundo, es algo pegado a lo eterno, al nado sincronizado contracorriente y a la discriminación, como agua que alimenta a la catarata.
El terreno ganado en los tribunales, difícilmente rebasará al hábito. Pero el intento ya es también inclaudicable.
Las personas trans en casi todo el mundo, hoy como nunca antes cuentan con visibilidad, exposición, inclusión en la academia y el arte, y representación legislativa, pero en realidad no cuentan con comprensión e inclusión social.
El “permiso” social —y a veces hasta judicial— para discriminar, maltratar y hasta matar a una persona trans, se extiende sin salvoconductos.
Son blanco de violencias cuyos actores se construyen desde su familia, luego se extiende al resto de las instituciones, pasando por los dictadores de la salud mental.
Pero, ¿acaso el rechazo y el abandono extremo, no son la misma puerta de entrada al miedo y la locura para todos por igual?…
¿Por qué nos costará tanto trabajo aceptar lo diferente? ¿Por qué tanta resistencia a salir de lo establecido por la “normalidad”? ¿Cuál normalidad?¿Qué es lo normal? ¿Quién es normal ?…
La transfobia es más que una simple extensión de la homofobia y la misoginia. Ellas y ellos, son odiadas y odiados por desafiar los roles de género, de los que depende la hegemonía política y cultural masculina, con todas sus letras.
Hace apenas unos días —y después de permanecer congelada por dos años— la iniciativa para prohibir las “terapias de conversión” a nivel nacional fue aprobada en la Cámara de Diputados.
Se trata de impedir “terapias” físicas y psicológicas degradantes y traumáticas, para intentar modificar las preferencias sexuales de una persona homosexual.
Los resultados de dichas terapias son estériles y en muchos casos dramáticos, y de pruebas ya están llenos los panteones.
La diputada trans Salma Luévano, de la bancada de Morena, ha sido pieza clave en esa batalla legislativa, que ha dado incluso contra sus compañeros de bancada, por los estigmas de su propia historia.
Historia que la legisladora narró con valiente apertura, para mi espacio de entrevistas El Nido de la Garza y desde el cual hemos enfrentado una cascada de odio y discriminación, desde que el estreno de la entrevista fue anunciado en redes sociales.
Los comentarios homofóbicos y transfóbicos, algunos sumamente agresivos, contra la legisladora y contra la que escribe, no se hicieron esperar, estirando la liga de la ira.
La historia de Salma Luévano es la de tantas personas trans; narra el momento en el que sintió, —teniendo apenas 5 años— cómo vivía en el cuerpo equivocado; cuando lloraba escondida debajo de su cama, el dolor de los golpes físicos y emocionales que le propinaba la ignorancia y la discriminación, en la escuela y en las calles.
¿Cuántas y cuántos mexicanos no se sentirán identificados con ese mismo escenario?…
Y de ahí en adelante, su lucha sin tregua, la persecución y la huida; el trabajo sexual como tabla de salvación ante una condición que parece no tener salida posible a la dignidad.
Hasta su llegada al Palacio Legislativo, contra todo pronóstico, a aprender a expresarse en otros términos y cultivar la tolerancia en su máxima expresión.
Ahí donde aprendió también de la traición, de aquellos mismos que la utilizaron como parque político y vitrina de “inclusión”, en el mismo escenario electoral en el que luego la desecharían, empezando por llamarle públicamente “señor vestido de mujer”.
Quizá “olvidaron” que uno de los peores daños que puede enfrentar una persona trans, es que la traten con el mismo género con el que fue obligada a vivir en el pasado, violentando su derecho al olvido.
Porque el olvido, también es un derecho…
Nos falta mucho camino que recorrer en México, no solo para entender el daño que nos infringimos al negarnos a aceptar las diversidades propias de cualquier sociedad.
Porque podemos elegir no convivir con las diferencias con las que no estamos cómodos, pero aplaudir la violencia e incluso animarla, es otro pecado que lleva un castigo que eventualmente a todos alcanzará…