En la era de las heridas de abandono como la causa universal de muchas de nuestras dificultades para sostener relaciones “sanas” —entre comillas porque todos los vínculos tienen algo de enfermedad— siempre vale la pena regresar a otras explicaciones sustentadas en observaciones clínicas realizadas durante años por terapeutas expertos como Hugo Bleichmar, médico, psiquiatra y psicoanalista argentino, fallecido en el 2020.
Bleichmar escribió innumerables artículos que se encuentran en formato gratuito en la red. Uno de los temas sobre los que más se interesó fue el de la intimidad y las angustias que el desencuentro enciende. La gente dice frases como “te siento distante” “no nos entendemos” “es como si estuviéramos en dos mundos diferentes”. Es, apunta Bleichmar, la soledad que se experimenta al estar físicamente acompañado y de la que se desprende la añoranza de intimidad. A veces estos desencuentros duelen mucho. Es como si el otro estuviera fuera del alcance emocional. Hay una discrepancia conceptual importante entre la idea de apego de John Bowlby y el concepto psicoanalítico. También está muy extendido el conocimiento sobre apego seguro, inseguro, evitativo, ansioso. Muchos lo utilizan para diagnosticar formas de vincularse. El apego, como Bleichmar lo entendió, es mucho más complejo y queda definido por el tipo de función y de pérdida que se experimenta cuando se termina una relación.
El objeto de apego, explica Bleichmar, puede ser aquel que permite tener un sentimiento de seguridad, de autoconservación. En otras ocasiones, es el placer sexual el que fija a un objeto escogido entre todos los demás: “ En este orden de cosas, la tesis freudiana de la elección de objeto y fijación al mismo por ser el que satisface la pulsión sexual tiene en la actualidad una amplia confirmación no sólo a nivel psicológico sino con base en rigurosos estudios en neurociencia”. El objeto de apego puede ser también el que contribuye a la regulación psíquica de la persona, a disminuir su angustia, a organizar su mente, a contrarrestar la angustia de fragmentación, a proveer un sentimiento de vitalidad, de entusiasmo. El sentimiento de desvitalización, de vacío, de aburrimiento ante la ausencia del objeto de apego hace que se le busque compulsivamente.
Entonces, no es ni la herida de abandono, ni un tipo de apego específico como teorizó Bowlby, sino la función que cumple el objeto de apego para la persona. A veces, todas las funciones antes descritas están concentradas en una sola persona, a veces repartidas en distintos objetos.
El objeto de apego también puede ser el que sostenga la autoestima del sujeto. Adquirir un sentimiento de valía a partir de la fusión con ese objeto. Es por eso que hay quien siente que ya no vale nada cuando lo dejan de querer.
Dice Bleichmar que hay que distinguir el apego impulsado por el placer que surge en la relación con el otro (el sexual o el que narcisiza) del apego defensivo para contrarrestar angustias de separación, de soledad, de desregulación psicobiológica, de intensos sentimientos de inferioridad.
Por eso observamos distintos tipos de reacciones que varían en grado dependiendo de la función del objeto de apego. Si alguien no padece angustia de soledad, tolerará mejor la pérdida que alguien que ha puesto el sentido de su existencia en ese objeto. Perder a un objeto de satisfacción sexual duele pero no es tan enloquecedor como perder a alguien que detona angustias de separación muy primitivas.
Otros sujetos no buscan ni que el objeto los proteja, ni que les brinde gratificación sexual, ni que los regule psicobiológicamente, ni que les equilibre la autoestima. Su necesidad es la de sentirse en el mismo espacio emocional que el otro, sentir que hay un encuentro de mentes. En consecuencia, así como el psicoanálisis describió un objeto de la sexualidad, uno de la autoconservación, uno del narcisismo, uno de la regulación psicobiológica (Lichtenberg, 1989), de igual manera resulta necesario reconocer la existencia de un objeto de la intimidad.
En personalidades en las que puede observarse un falso self o de personalidad “como si”, se utiliza el mimetismo para lograr la intimidad. Se fuerza el sentimiento, el pensamiento y las actitudes para ser igual al otro.
A veces ciertas actitudes maniacas no son una defensa del sujeto sino que pueden ser el resultado de una petición de ser quien le alegre la vida a los demás.
Otra forma de sentir intimidad es hacer algo con el otro: cocinar juntos, reparar algo, ir a comprar algo para los dos. Estar con, produce un sentimiento de unión.
Ciertas personas alcanzan el sentimiento de intimidad, al compartir ideas, al pensar igual, como ciertas comunidades ideológicas —movimientos políticos, religiosos, científicos o profesionales— en las que aquello que brinda el sentimiento de comunión, de intimidad, es el pensar de manera similar.
Las formas que tiene el sujeto para mantener al otro a distancia, o directamente por fuera del espacio compartido, son defensas ante las angustias de la intimidad que pueden ir desde el alejamiento físico, o el retiro esquizoide en presencia del otro, o los estados disociados en que se preserva una parte de sí por fuera de la organización de la personalidad que participa en los intercambios con el otro —múltiples selves/self escindido—, hasta la agresividad para distanciar al otro.
También puedes escuchar la columna aquí.
“Te siento distante”“Te siento distante”
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