El ataque masivo de Irán hacia Israel la semana pasada, de manera un tanto irónica, presenta una oportunidad inesperada que podría cambiar para bien el futuro de la región y del conflicto israelí-palestino.
Para las potencias occidentales, este ataque sin precedentes terminó por probar algo que por muchos años, no sólo Israel, sino los países árabes sunitas y buena parte del establecimiento de seguridad occidental, trataron de gritar al mundo que Irán es un agente desestabilizador y una amenaza para la seguridad del mundo árabe sunita e Israel. En las últimas dos décadas, Irán expandió su poder por medio de proxis, interviniendo directamente con tropas y recursos en las guerras civiles de Siria y Yemen, en el conflicto sangriento entre sunitas y chiitas en Irak y, más recientemente, entrenando y financiando directamente la campaña militar de Hezbolá en el norte de Israel.
Aunque Israel lleva ya más de seis meses en una guerra de varios frentes —contra Hamas en Gaza, Hezbolá en Líbano, los hutíes en Yemen y milicias vinculadas a Irán en Siria e incluso Irak—, el bombardeo directo desde Irán le dejó claro al mundo que es imposible entender el enfrentamiento entre Hamas (que recibió durante años financiamiento de Irán) e Israel sin mirar la dinámica regional. Además, si a alguien le quedaban dudas de que Irán, a pesar de la profunda crisis económica que vive, se atrevería a atacar directamente a sus rivales regionales, éstas se disiparon cuando cientos de drones y misiles balísticos cruzaron todo Medio Oriente para tratar de destruir blancos en Israel.
Para detener a Irán, Israel utilizó un complejo sistema de defensa, que nunca antes había usado, derribando cientos de drones y decenas de misiles; sin embargo, una gran parte de éstos no llegaron a Israel. Fue una coalición internacional, liderada por Estados Unidos, la que los detuvo. Esta coalición incluyó no solamente a pilotos de Gran Bretaña y Francia, sino a pilotos jordanos y, además, tanto Arabia Saudita como Emiratos Árabes Unidos cooperaron con inteligencia para detener este ataque. Nadie habría pensado tan sólo hace una década que pilotos jordanos subirían al aire con ayuda de los sauditas y los emiratos para defender a Israel.
Esta nueva coalición, entre el mundo sunita, Israel y las potencias occidentales, presenta no sólo una gran oportunidad para estabilizar Medio Oriente, sino también para crear una zona comercial con enorme potencial de crecimiento. El problema es que para consolidar esta coalición Israel deberá, primero, no escalar el conflicto con Irán y, segundo, empezar un proceso de negociación con los palestinos para el establecimiento de un Estado. Sólo así esta alianza podría formalizarse. Israel puede aprovechar el apoyo del mundo sunita para construir una alternativa a Hamas en Gaza. Es una oportunidad inesperada que requiere, sin embargo, de un nuevo liderazgo israelí que deje fuera del gobierno a las facciones de ultraderecha y esté dispuesto a llegar a acuerdos que, aunque dolorosos, ofrezcan una nueva visión para el futuro de la región.