Una historia personal, familiar, privada, pero no secreta. Hace veinte años que la politóloga María Amparo Casar vivió un episodio cuyo desenlace, a nivel jurídico y administrativo, es conocido desde entonces.
¿De verdad el debate es que como la historia pasa por exempleados públicos, una en Gobernación, el finado en la paraestatal petrolera, el tema merece ventilarse sin reserva de datos personales?
Hace dos lustros que Casar se ha significado mediáticamente por dirigir la organización no gubernamental, Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI), cuyas investigaciones y denuncias públicas han pegado en el prestigio de cada Gobierno federal en turno.
“El otro fracaso, la guerra contra el narcotráfico”, contrasta cómo en los sexenios de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto existió una intensa propaganda oficial exaltando la detención de 233 objetivos, estratégicos según aquella narrativa desde el poder, pero cómo, hasta 2018, únicamente se dictaron 13 sentencias en contra de esos capos.
Años después, la organización encabezada por la doctora Casar dio a conocer “La estafa maestra”, el método articulado durante esa administración priista el cual trianguló, vía universidades públicas y empresas fantasma, obras a sobrecosto para saquear las arcas, financiar campañas electorales y fortunas privadas.
La circunstancia personal, pero no secreta de la académica, jamás fue hurgada por los poderosos de entonces, nadie levantó ese expediente para, tácitamente, devolver las gentilezas periodísticas de MCCI, con cancelar una pensión o exhibir datos personales para molestar, inhibir e intimidar.
Justo cuando Casar ha publicado su más reciente libro, Los puntos sobre las íes, el legado de un gobierno que mintió, robó y traicionó es que se voltea a ver lo que estaba ahí hace 20 años.
¿Coincidencia, ventana de oportunidad ética de una administración federal en el ocaso? Pretender, una vez más, que acá ya no es como antes, que hoy el uso faccioso de la norma y la ley está proscrito por un estatus moral superior, cae por simple conexión de sucesos.
Que, por estar trabajando al aire, como estaba desde el sexenio anterior, en un canal de la televisión pública, no puede inferirse apetitos censores desde el poder, ofende la inteligencia popular; ¿acaso no conocemos históricamente de estrategias y posiciones que sirven para encubrir una emboscada?
La vena emocional del poder en turno queda expuesta una vez más. A la autoconferida superioridad cívica, le acompaña la incapacidad para aislar sus fobias y sus filias. Al “amor con amor se paga” hay que sumar un transparente ánimo de “la que me la hace, la paga”.
En la recta final del turno al frente del Poder Ejecutivo, la 4T deberá cuidar quién recogerá las varas de los cohetes que, antes de irse, quieren echar al aire desde Palacio Nacional. Y las que faltan.