Crónica del naufragio perfecto…

GENTE COMO UNO

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Es la increíble y trágica historia real de un naufragio. Una ecuación de romance improbable que se embarcó en un velero para disfrutar de una romántica aventura, donde la falta de preparación, el exceso de confianza en “la naturaleza de las cosas” y una serie de negligencias, resultó una pesadilla, del sueño que los llevó a navegar al filo de la muerte.

La virtual Presidenta celebra su triunfo, en el Zócalo de la CDMX. ı Foto: Cuartoscuro

No sabían que iban a encontrarse con uno de los huracanes más devastadores, y luego de la tormenta, ella despertó solo para ver al barco en ruinas y a su principal acompañante gravemente herido. Ambos sin esperanza ninguna de ser rescatados. Estaban solos y a la deriva.

Fue el inicio de una nueva batalla, donde quedaría una sola sobreviviente, porque ¿hasta dónde alcanza el amor, la lealtad, la paciencia y la resistencia, ante semejante escenario?…

Cualquier parecido con la realidad de la alianza perdedora en la jornada electoral del domingo pasado, es mera cruel coincidencia.

Ésta que les describo es una sinopsis simple de la película estadounidense A la deriva, dirigida por Baltasar Kormákur, estrenada en 2018 e inspirada en el naufragio del yate Hazaña, en su trayecto de Tahití a San Diego, California, en 1983, con una sola sobreviviente.

En la pantalla grande resultó una historia mediocre de amor y naufragio, con un final infeliz y traumático para la protagonista, en la vida real y para el espectador en la ficción.

Casi como el sabor de desasosiego que muchos experimentaron el domingo pasado, al final de la tan esperada jornada electoral en nuestro país, que no sorprendió en resultados, pero sí en porcentajes y escenarios para un futuro cercano.

Para unos, fue el resultado de la unidad, la suma de voluntades y una estrategia de campaña exitosa. Para otros, la consecuencia de la falta de “amor”, lealtad y paciencia, en medio de traiciones, tropiezos y una soberbia que dejó un montón de mástiles rotos y un sistema de navegación caído, cuando las olas más altas estaban. El naufragio perfecto.

La victoria de Claudia Sheinbaum estaba cantada desde hace meses. Sí, construyendo la historia de la primera mujer presidenta de México, pero con una independencia relativa del hombre que inició el proyecto de “Transformación”, al que ¿se le justificarán todos los errores?…

En el triunfo de la próxima Presidenta de México, muchos tienen depositada una indiscutible esperanza, que puede quedar ensombrecida por el peligro que representa un congreso sin equilibrios y una debilidad institucional, empezando por el sistema de justicia si se altera en el fondo el Poder Judicial.

El primer botón fue el peso mexicano. Nuestra “fortalecida” moneda tambaleó desde el primer momento, sólo un día después de la jornada electoral, el dólar se depreció en un 3% y la Bolsa Mexicana de Valores perdió un 4%. Primeras señales.

Y es que desde otras ventanas de la democracia, la percepción de un Poder Ejecutivo sin contrapesos no es una buena noticia; el posible escenario de “castigos” fiscales apuntando a la inversión y a las empresas desde el Congreso, pretextando “justicia social”, no es un buen aliciente.

La probabilidad de afianzar una agenda que desequilibre el sistema de libre empresa, en varios sectores además del energético, con el mismo pretexto social, no resulta para muchos un lugar confiable para transitar.

Pero desde el domingo pasado el discurso de la virtual presidenta de México se ha modificado hasta en el tono de su voz. Ya no parece imitar a AMLO.

Por el contrario, intenta calmar las aguas y la estela de polarización que dejaron los sorpresivos resultados, con una aplanadora ventaja que seguramente sorprendió hasta a los propios ganadores.

El gran reto de un gran triunfo, es saber ¿qué se va a hacer con él?

Cómo se va a administrar el voto de confianza casi absoluto, donde un paso en falso animará el sentimiento de traición, en una sociedad mexicana que tiene una mecha cada vez más corta.

Qué gran lección nos dio a todos, en todas las trincheras y en todos los flancos, la jornada electoral del pasado 2 de junio. México es un país impredecible, herido, pero firme.

Actuó y votó en consecuencia de sus heridas añejas, dejó escapar los dolores por algunas grietas y sí, reafirmó su voluntad de cambio. El mensaje es muy poderoso.

Pero la verdadera ubicación del faro que guíe a este nuevo barco, es la gran interrogante…

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