La polarización política, a partir de las emociones, provoca amnesia histórica selectiva. A quienes están en negación por el resultado electoral, quienes viven un duelo por el proceso democrático porque su contexto no encajó con la diversidad nacional, se les han borrado episodios de gran repercusión.
En las sucesiones presidenciales priistas de 1976, 1982, 1988 y 1994, los equipos salientes y entrantes, que en buena proporción pertenecían a la misma facción gobernante, en su falta de coordinación, enfrentamientos personales, venganzas y sabotajes provocaron devaluaciones mayúsculas del peso frente al dólar, crisis de credibilidad ante organismos y bancos globales, depresiones económicas que condenaron a millones a la pobreza endémica y hereditaria.
El llamado “error de diciembre de 1994”, cuando la claque tecnocrática más fuerte y cohesionada de México tuvo que recomponerse tras el magnicidio de Luis Donaldo Colosio Murrieta, y ungir a Ernesto Zedillo como nuevo delfín de Carlos Salinas de Gortari, en un traspaso de poderes entre prácticamente el mismo equipo económico, Pedro Aspe y Jaime Serra Puche, una indiscreción atribuida al nuevo secretario de Hacienda, provocó una de las peores crisis estructurales del país.
Aquella quiebra técnica de nuestra economía parió al Fobaproa, nacionalizó lo privatizado para luego rematar de nueva cuenta activos estatales para hacer caja. Del error del 94 se desprenden millones de historias de clasemedieros orillados a renegociar créditos hipotecarios y de autos, de bancos recogiendo bienes para después subastarlos.
Hoy, en el inicio de la transición entre el primero y segundo piso de la 4T, las ligeras declaraciones, intencionales o no, de legisladores oficiosos, espantaron a una moneda que ya había tocado los 18 pesos por dólar horas antes, cuando Estados Unidos dio a conocer datos sobre creación de empleos —mejor de lo esperado—, pero a las cuales se les pretende endosar una devaluación del 10 por ciento —y contando—, en la paridad cambiaria.
Magnificar las variaciones en indicadores clave, la sensibilidad de mercados y bolsas ante el meneo que toda mudanza de poder provoca, confirma ese clima social —minoritario— sobre la falta de pericia, o de sincronía entre el presidente López Obrador y Claudia Sheinbaum, próxima mandataria.
Ayer, el saliente y la entrante estuvieron juntos. La incógnita que a algunos influyentes ciudadanos tortura: saber el margen de maniobra que quien se va, dará a la que llega para ecualizar las reformas legislativas de la agenda morenista durante el cambio de poderes. El diálogo existe y fluye por discretas arterias políticas bien cohesionadas.
Hasta ahora, los mayores riesgos macroeconómicos están en otras variables: la sucesión en Estados Unidos, el avance de la ultraderecha en el Parlamento Europeo, las dinámicas comerciales con China y su incidencia con el ritmo de crecimiento dentro de nuestras fronteras. Y muchos otros más. No con la transmisión de mando en Palacio Nacional. No se hagan bolas.