Terminó la temporada electoral, pero el ciclo electoral continúa, dicho ciclo ilustra las fases electorales, así como también el periodo entre dos elecciones, dicha conceptualización ha sido desarrollada por distintos actores internacionales organizados por el Instituto Internacional para la Democracia y Asistencia Electoral (IDEA), para observar el desarrollo democrático en periodos prolongados, y no sólo como elecciones aisladas.
Estamos en lo que se conoce como un periodo post-elección, hasta en tanto se vayan resolviendo asignaciones, impugnaciones, quejas y sanciones y tomen protesta las nuevas legislaturas y ejecutivos en los distintos niveles. En este momento los partidos realizan sus análisis e investigaciones, intentan observar dónde fallaron, para realizar su propio fortalecimiento institucional. A partir de ahora y hasta enero, veremos en los partidos renovaciones internas o incluso reformas a la legislación electoral.
Basta recordar que las reformas “democráticas” del Pacto por México, terminaron de desfondar al sistema de partidos por completo, generando una descomposición progresiva (desde 2015) que ha llevado a México de la democracia imperfecta, al régimen híbrido en que está considerado hoy por The Economist, y finalmente a vivir en un ambiente electoral, comparado con lo que existía a principios de los 90 de acuerdo a Varieties of Democracy.
Lo cierto es que el ascenso rumbo a la democracia fue una constante después del 88, así lo muestran diversos índices, sin embargo, dicho ascenso, se paró súbitamente tras el conflicto post-electoral de 2006, donde una parte de los actores, desconocieron las reglas dadas. A partir de ese momento la democracia mexicana se fue empantanando, hasta llegar al 2018 donde definitivamente va en caída. Han pasado dos reformas (2007 y 2014), que crearon una super partidocracia que reventó los espacios de participación ciudadana, y que hoy ya no tiene más con qué resistir.
Si lo vemos desde una perspectiva de temporalidad, en 2009, los partidos existentes (tradicionales) previos a la transición (PRI, PAN) representaban el 70% de la votación a la cámara de diputados, mientras que las fuerzas creadas en el periodo transicional (PRD, PT, PVEM, Convergencia y Panal) representaban el 30%. En ese momento los sistemas de partidos en el mundo ya daban muestras de agotamiento en Europa, Latinoamérica y el propio Estados Unidos.
A partir de ahí comenzaron refundaciones y fundaciones, el primero en hacerlo fue Movimiento Ciudadano en 2011, el segundo Morena en 2014; con lo que ya para 2015 los partidos refundados representaban el 20%; frente el 24% de los transicionales (PRD, PVEM, PANAL) y el 56% de los tradicionales (PRI, PAN). En 2024, los partidos tradicionales representan el 28% de los votos a la cámara de diputados, los transicionales el 14% y los (re) fundados después de la gran depresión, el 52%.
Lo cierto es que el miedo a la “venezolanización” de México y la sed de venganza de varios sectores empresariales, llevó a los partidos tradicionales (PRI, PAN) a imaginar una alianza total y a desdibujarse entre sus electores, principalmente al PAN, llevándolos a los peores resultados de la época democrática.
El caso más dramático quizá fue la Ciudad de México. Donde la idea de la “alianza total”, se asumió como una apuesta estratégica por un pequeño grupo, sin mayor análisis, en 2021, la alianza triunfó, pero no por méritos propios, sino más bien por la coyuntura de la línea 12 que impactó en la megalópolis del Valle de México. Como antes sucedió con la explosión de gas en Guadalajara, la guardería ABC en Sonora, o la Explosión de Atocha en España, donde las preferencias se alteraron de último momento. En el resto del país, la alianza en realidad fracasó distritalmente desde 2021 y en gubernaturas durante todo el sexenio.
La muestra más radical son los resultados en la Miguel Hidalgo durante 2024, donde se encuentra el último cargo ejecutivo que ostentó la candidata del PRI y PAN, Xóchitl Gálvez como delegada, y además está avecindada; sin embargo, al revisar los resultados, tampoco fue la mejor votada de entre los candidatos de esa demarcación, la diferencia entre ella y el reelecto Tabe fue de 9 mil votos. Hoy los mismos que escribieron ríos de tinta para fabricar la burbuja narrativa de “el fenómeno” y “la alianza”, se esfuerzan con la narrativa de “fue la mejor candidatura posible”, sin embargo, los datos los desmienten nuevamente.
Parte de la redefinición del sistema de partidos pasa justamente por observar los tiempos que vive el país, las coyunturas. En el periodo post-electoral de análisis, bien vale, observar profesional y detalladamente los resultados, que nos muestran la necesidad de adaptabilidad y renovaciones, incluso, hasta de refundaciones.