Soledades

LAS CLAVES

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

Hojeo el cuaderno donde en los últimos años he registrado reflexiones sobre la soledad de escritores, filósofos y poetas. Me sigue arrobando el dramaturgo estadounidense Eugene O’Neill cuando afirma: “La soledad del hombre no es más que su miedo a la vida”. El autor de Largo viaje hacia la noche, devela descarnadamente la desventura individual que nos fustiga: nacemos y las difidencias acechan siempre en el ocurrir. “La valía de un hombre se mide por la cantidad de soledad que es capaz de soportar”, asintió Friedrich Nietzsche.

Oscar Wilde aseveraba: “En un mundo lleno de ruido, la soledad es la canción más hermosa”. Borges certificó: “La soledad es el espacio donde conectamos con el mundo desde nuestra perspectiva más pura”. La soledad me llega como una cadencia que sólo mi corazón escucha. Pablo Milanés canta: “La soledad / Inventa la más bella aparición/ Remueve los rincones del corazón / Para quedarse sola, la soledad // La soledad / A veces tiene ganas de acompañar / El rostro que recuerda mal / Aquel amor que nunca fue para soñar”.

Sigo revisando mi libreta de la soledad. De momento llegan índices del abandono, gestos antiguos, espejos, desgarraduras, perdones, moradas silenciosas, zaguanes limosos, rancias melodías, desvelos. Alejandra Pizarnik siempre con la sed perpetua me entrevé, en este lugar de ausencia en que la soledad me tiende su sombra, y susurra: “Un abandono en suspenso. / Nadie es visible sobre la tierra. / Sólo la música de la sangre / asegura residencia / en un lugar tan abierto”. Estoy en el borde, en la orilla de la noche: ¿me será dable el amor? La soledad mora en esta habitación en que modulo un bolero desconsolado mientras los naufragios íntimos invalidan los silencios.

“Tanto me colma la soledad que la mínima cita me resulta una crucifixión”: apuntó Cioran en Ese maldito yo. El tocadiscos está a todo volumen: oigo el bandoneón de Piazzolla, que me fustiga dulcemente mientras el tiempo se reduce disimulado en la espera de la amanecida. “Y aunque la triste homogeneidad del tiempo / hace que ningún día tenga nombre, / este día guarda en alguna de sus horas / nuestro nombre acorralado”: Juarroz. Somos designios: guijos de un espejo quebrado. Somos el desconcierto de aquello que se pronuncia en la sordina de un cántico. (Juan José Millas lo sabe muy bien, lo advirtió en la novela El desorden de tu nombre). “Yo no sé de pájaros, / no conozco la historia del fuego. / Pero creo que mi soledad / debería tener alas”: Alejandra Pizarnik. * Anoche soñé a la soledad acosándome, me miraba con desprecio y dijo: ¿No piensas hacer nada para liberarte de mí?

—¿Para qué? — le contesté.

—Me canso de tu pasividad; nada haces para encontrar compañía, te aferras a mí: ¡me das lástima...! -- ripostó ella con agresividad.

—Ya me acostumbré a tus olores y a tus caprichos— le repliqué con ironía.

—Eres un mentiroso...

—Por eso, porque nos mentimos: nos soportamos...

La soledad entonaba una balada de moda: me besó dulcemente en la mejilla; sentí de cerca el rancio aroma de su aliento: sonreí como siempre y seguí leyendo el ensayo de Bataille, el cual tenía que reseñar para la edición sabatina del periódico donde me gano la vida. Desperté sollozando.

Trilogía de la soledad

Portada del libro "Trilogía de la soledad"
  • Autor: Juan José Millas
  • Género: Novela
  • Editorial: Alfaguara
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