El día de hoy se llevará a cabo el primer debate entre los aspirantes a la presidencia de Estados Unidos —el republicano Donald Trump y el demócrata Joe Biden—. Sin embargo, más allá del suceso como tal, llama más la atención las circunstancias en las que se da el ejercicio y el contexto tan diametralmente opuesto en el que llegan ambos aspirantes.
Joe Biden —por un lado— busca reelegirse de manera consecutiva tras cuatro años de un muy débil gobierno en el que su mayor logro es haber interrumpido la gestión de Donald Trump, pero con tan poca contundencia que, increíblemente, logró reactivar el suficiente apoyo en torno a su otrora contrincante como para traerlo nuevamente a la boleta con amplias posibilidades de triunfo.
Donald Trump —por su parte— regresa a la contienda como el primer expresidente estadounidense en haber sido declarado culpable en un proceso penal —hace apenas un mes y con la dictaminación de la pena aún pendiente—, tras cuatro años en los que han salido a la luz diversas anomalías de su gestión y en los que se llevaron a cabo diversos procedimientos judiciales en su contra —a raíz del desaseado proceso de transición al finalizar su mandato, la infundada denuncia de fraude electoral y el consecuente ataque al Capitolio por parte de sus simpatizantes que cobró la vida de cinco personas—.
Por otro lado, llama enormemente la atención que no sea la Comisión de Debates Presidenciales la que convoque al ejercicio, sino la cadena televisiva CNN, que tendrá la facultad de transmitirlo en exclusiva y de definir el formato y las reglas del mismo. Este escenario –impensable en nuestro actual contexto electoral– hace recordar la forma en la que se dio el primer debate presidencial en la historia de nuestro país —en la lejana elección de 1994—, entonces organizado por un grupo de empresarios y con el respaldo de la televisora dominante de ese entonces.
La situación se da derivado de que los dos aspirantes llegan a esta cita sin ser todavía los abanderados oficiales de sus respectivos partidos. Es así que, al no haber contrincantes de por medio en cada ente político y con las convenciones nacionales partidistas aún por realizarse en los siguientes dos meses —donde habrán de ser nombrados candidatos—, este primer debate se realiza con unos tres meses de antelación respecto a los tiempos establecidos en la elección de hace cuatro años —un déjà vu más de lo recientemente acontecido en nuestro país en el pasado proceso electoral—.
Por lo que respecta propiamente al ejercicio, la versión estadounidense siempre destacará por su flexibilidad de formato, que tiende a hacerlos mucho más dinámicos y —al menos— entretenidos que el tipo de debates al que estamos acostumbrados en nuestras latitudes. Además, al —usualmente— ser únicamente dos candidaturas las que participan, permite que tanto la exposición de ideas como las réplicas y ataques sean mucho más directas y con menos margen para evasivas.
Listo, entonces, el escenario con el que propiamente inicia la carrera por la presidencia de Estados Unidos –a refrendarse el 5 de noviembre próximo.