Uno de los fundamentos más importantes y significativos de la actual gobernabilidad se basa en la crítica sistemática al pasado.
La narrativa presidencial ha sido y es contundente. El nuevo gobierno llega para, literalmente, reconstruir al país. No ha dejado de ser un discurso atractivo y esperanzador. En algunos casos ha tenido una absoluta efectividad porque el país, ciertamente, ha vivido en medio de innumerables rezagos producto de gobiernos que han vivido entre la corrupción y muy lejanos de los más pobres.
El actual gobierno no ha podido revertir esta tendencia, aunque no debemos soslayar que ha habido relativos avances. Lo que a menudo sucede es que para explicar las muchas limitantes que se han tenido se coloca el pasado como el eje de todos los males.
Gobernar sin reconocer las virtudes que, sin duda, ha tenido el pasado lleva a que no solamente se cometan errores, sino que además se quiera hacer creer que la vida del país empieza al momento en que llegó el nuevo gobierno.
En los balances iniciales sobre la presente administración se van apreciando limitaciones y objetivos no cumplidos, porque al tratar de empezar de cero lo que acabó pasando es que los nuevos diseños y estrategias en la gobernabilidad no tuvieron tiempo para cumplirse por la obsesión de no tomar en cuenta un pasado, que por más que sea fustigado tuvo virtudes.
La obsesión presidencial por desaparecer a los institutos autónomos deja de reconocer las nuevas formas de gobernabilidad en el mundo y la imperiosa necesidad de la transparencia y la rendición de cuentas. Lo que López Obrador quiere es que los institutos sean integrados a las dependencias oficiales, dicho de otra manera, el Gobierno quiere verse en su propio espejo dejando a un lado la participación ciudadana que, al tiempo que exige y participa, le da valor y fortaleza a nuestra democracia.
La narrativa contra el pasado no deja de tener un gran efecto entre los millones de seguidores del Presidente. Sin embargo, no logra ser parte de una nueva gobernabilidad porque se desarrollan proyectos limitados establecidos básicamente para mostrar que hay un nuevo gobierno perdiendo de vista si pueden o no ser efectivos. Borrar el pasado es, además, querer borrar instituciones que independientemente de los gobiernos han construido al país; se coloca al pasado como si de tajo se pudiera borrar.
Hablar sistemáticamente del “nosotros somos diferentes, no somos como los otros” también ha servido como estrategia de distracción y en muchas ocasiones de pretexto para explicar el porqué las cosas no han podido cambiarse de manera más rápida y efectiva.
En el caso del Sistema de Salud ha sido una constante. Es claro que muchas cosas del pasado no permitían a una gran mayoría de la población acceder a los servicios. Se habló de un cambio radical y profundo bajo una narrativa bastante desafortunada que plantea que tendremos un Sistema de Salud mejor que el de Dinamarca.
Se reconoce la enorme dificultad de transformar este sistema, pero también va quedando claro que la posposición de las fechas de la “bandera blanca” por el propio Presidente son prueba de los tumbos y limitaciones que ha tenido la estrategia y, sobre todo, la mínima capacidad autocrítica, pareciera que hay una tendencia a alejarse de la terca realidad que viven millones de personas en el país.
La obsesión por desacreditar el pasado ha limitado al Gobierno a desarrollar sus propios programas. Hay un pasado recuperable que ha permitido a millones de mexicanos mejores condiciones de vida.
No necesariamente el pasado nos condena, ya veremos qué hace el nuevo gobierno.
RESQUICIOS.
El atentado contra Donald Trump tiene efectos expansivos. Muestra las innumerables facetas de una nación que está evidentemente dividida. El atentado va a marcar y definir la elección. Para considerar está el hecho de que quien perpetró el acto haya sido un joven de 20 años.