Para Agustín Díaz de León El Gosh
Hace 35 años existía una especie de Copa Davis entre los diferentes clubes de tenis de la Ciudad de México (se le conocía como Interclubes) en donde de acuerdo a la categoría en la que se competía, seleccionaba a sus mejores tenistas para enfrentarse a sus homólogos de otros centros deportivos.
La dinámica era la siguiente: dos singles (uno de hombres y uno de mujeres), dos dobles (uno de hombres y otro de mujeres) así como un juego de mixtos. De esta manera se disputaban cinco puntos en donde el ganador tenía que llevarse tres de estos partidos.
A mí siempre me tocó jugar el dobles. Para la semifinal teníamos el antecedente de que nuestro mejor singlista no había podido vencer al mejor singlista de ellos en la fase de grupos, ya que el nuestro era especialista en canchas duras y en esa semifinal seríamos visitantes y la superficie de los locales era la arcilla.
Por dicha razón el capitán de nuestro club decidió que sería yo quien jugaría el singles, bajo el argumento de que yo pasaba muchas bolas y mi rival para ese partido sería un señor de 60 años (el señor estaba rankeado en el cuarto lugar del mundo de esa categoría, sólo que hace 35 años los señores de 60 si se veían más de la tercera edad, no como ahora que muchos parecen atletas).
Durante toda la semana previa a la semifinal el tema de conversación en el club era si yo podría ganar ese partido, ya que en los cálculos del equipo ese punto decidiría la serie (en la fase de grupos habíamos perdido 3-2 por ese singles de hombres que se nos fue). Yo me sentía muy seguro de ganar. Podría decir que en esa etapa de mi vida (yo tenía 14 años) ni siquiera sentía miedo o temor en los partidos. Amaba el tenis y disfrutaba como nada el competir.
El día del encuentro cuando llegamos y cada capitán entregó su rol de juegos, fue grande mi sorpresa cuando mi rival no sería el famoso campeón mundial de 60 años, sino un señor equis como de 45 años (que tampoco era como los actuales jugadores de 45 que también son casi atletas). Cuando peloteamos, me di cuenta que ese partido yo lo ganaría muy fácil, por lo que llegué a considerar que nadie le daría valor a mi victoria ya que mi adversario era de “medio pelo”.
Así que en lugar de ganar de manera rápida y contundente, le di juego para hacer el partido más entretenido y emocionante para las tribunas. El primer set dejé que me lo ganara en muerte súbita y en el segundo set iba 4-1 abajo cuando decidí ahora si dar todo. De 4-1 lo empaté a cuatro iguales, y en el punto donde me fui 5-4 a favor, me acalambré como nunca me había pasado en mi vida.
La pierna se me engarrotó y simplemente no me pude parar. Cuando el capitán de mi equipo entró para ver que me había pasado, mi rival de 45 años le gritó que no me podía tocar ni auxiliar, que yo tenía cinco minutos para recuperarme o me marcaría el default. Después de cinco minutos por fin me pude parar, pero ya no pude moverme. Perdí 7-5 el segundo set y por ende el partido. Mi equipo no se recuperó anímicamente de esta derrota y terminamos perdiendo 4-1 la serie.
Cuando fue la comida de convivencia, el señor de 45 años entró eufórico al salón donde estaban todos y gritó mientras golpeaba la mesa “Ganamos, les dije que ganaría el singles, este escuincle me la peló.” Si ya me sentía mal, al ver a este tipo gritar así, me hizo sentir todavía peor, porque en mis manos estuvo haberle ganado de manera muy fácil, pero yo lo dejé crecer por mi inmadurez.
Después de 35 años sigo pensando que es la derrota deportiva más dolorosa que he tenido en toda mi vida. Yo que me imaginé regresando al club como héroe y en hombros, lo terminé haciendo en la soledad de un camión, abandonado por todos. Los había decepcionado. Durante semanas no quise agarrar una raqueta. Sentía vergüenza de mí mismo, y por supuesto, estaba muy apenado con todo mi equipo.
Ahora que mis hijos compiten he tratado de explicarles esto. Pero esta historia que les he contado creen que es un invento mío. Esta semana que acaba de pasar mi hija de diez años jugó un Nacional de Tenis de 12 años y menores y tuvo seis match point para pasar a semifinales y nada más no lo pudo cerrar. Por primera vez me tocó ver su frustración, dolor y llanto, durante el propio partido, al dejar ir una ventaja de 4-1 y 5-3 en el tercer set, así como un 0/40 en el 4-5 y triple match point.
Lloró, lloró y lloró. Por primera vez en su vida dijo que no servía para el tenis y que se dedicaría mejor a la gimnasia. En mi frustración mi primer pensamiento fue decirle que no se quejara, que ella la había perdonado y dejado crecer. Pero inmediatamente un dejavú vino a mí y recordé lo de hace 35 años que yo viví.
Aunque a diferencia de mí ella si había tenido a una rival de su mismo nivel y no había sido displicente como yo, pensé lo mucho que le podría afectar si no encontraba las palabras correctas para explicarle que este tipo de derrotas te deben formar y no hundir. Busqué a varios especialistas y me hablaron del bloqueo mental producto del estrés y la fatiga.
Ahora he decidido adentrarme en este tema porque, como dicen los expertos, a edades tempranas no debe importar el resultado sino la actitud, y las derrotas deben ser el punto de referencia para aprender y mejorar, nunca para pensar en un retiro y menos a una edad tan temprana. En las siguientes columnas abordaré estos temas con sustento académico a través de la opinión y consejo de expertos.
COMO COROLARIO. Una vez más McLaren hizo un desastre en su estrategia y lo que debió terminar como una gran fiesta por ocupar los primeros dos lugares del Gran Premio de Hungría de Fórmula Uno, terminó siendo un funeral que a nadie dejó contento. Hace una semana su pésima estrategia les costó los dos primeros lugares. Ahora el costo fue más alto: la armonía entre sus dos pilotos y el mensaje contundente para Lando Norris de que les tiene sin cuidado el campeonato de pilotos, McLaren sólo buscará el de constructores.