No es noticia: hay una creciente insatisfacción con la democracia en las naciones occidentales. O, mejor dicho, con el modelo de la democracia liberal que se implantó en esas naciones.
Eso explica que, en Estados Unidos, cuna orgullosa de la democracia moderna, un personaje como Donald Trump sea el candidato puntero para las próximas elecciones. Un porcentaje muy considerable de la población en ese país quiere un cambio profundo en la forma en la que se practica la política y, por lo mismo, en la manera en la que se organiza la sociedad desde su base.
Las quejas a la política democrática liberal son variopintas. No obstante, me parece que podría desglosarse la siguiente línea argumental:
1. Hemos politizado muchas esferas de la vida que antes no lo estaban, ámbitos en los que los conflictos se resolvían por fuera de lo político, como la pareja, la familia, la escuela, la iglesia y otras más.
2. Esta politización del campo de la experiencia colectiva se ha estructurado a la manera de la democracia liberal, porque hemos asumido que ella es la mejor manera de organización política; de esa manera, las formas de la democracia liberal se han insertado en la pareja, la familia, la escuela, la fábrica, la iglesia, etc.
3. Cuando se asume una posición liberal, las diferencias que existen dentro de la sociedad se trasladan al plano de la discusión pública democrática.
4. Un problema con lo anterior es que la sociedad se fragmenta con el fin de tomar decisiones por una vía democrática y eso genera cada vez más división, encono y frustración.
5. Por si fuera poco, la democracia liberal no ofrece los resultados que promete porque en la vorágine de opiniones y emociones que ella misma suscita, las decisiones que se toman no siempre son las más efectivas para enfrentar los problemas colectivos.
Para ponerlo en pocas palabras: hay mucha gente que está cansada de las prácticas de la democracia liberal porque generan una creciente división social y, además, resultan poco eficiente para enfrentar los problemas colectivos.
Podemos advertir tres posiciones que se han planteado para enfrentar la situación antes descrita:
- Desliberalizar la democracia
- Desdemocratizar la política y
- Despolitizar a la sociedad.
La primera opción es la menos radical y la que yo prefiero. En vez de sostener una concepción liberal de la democracia, lo que se propone son otras maneras de entender a la democracia que partan de premisas menos individualistas y más colectivistas, menos fundadas en los llamados derechos individuales, sino en el reconocimiento de nuestras responsabilidades frente a los demás, etc. En vez de subrayar las diferencias dentro de la sociedad, lo que se buscaría sería enfatizar las semejanzas, es decir, en vez de fomentar las posiciones irreductibles para que las decisiones se tomen por una diferencia mínima de votos, lo que se pretendería sería construir las condiciones para alcanzar el consenso.
La segunda opción es más radical. No se trata de volver al autoritarismo de antaño, sino de construir una sociedad más eficiente, aunque sea más vertical. En vez de tomar decisiones de una manera democrática habría que tener equipos de expertos, administradores e incluso inteligencias artificiales que tomaran las decisiones políticas sobre la base de los análisis más sólidos. Al Estado se le manejaría como una gran corporación. De esa manera, la responsabilidad de los funcionarios se mediría como en una compañía: de no obtenerse los resultados esperados, se despedirá a quienes hayan fallado en la tarea asignada.
La tercera opción es la más extrema y linda con la utopía. Lo que pretende es acabar con la política como si fuera una enfermedad. El objetivo sería despolitizar a la sociedad entera y adoptar otras formas de organización. Un primer paso para lograr este fin es acabar con el Estado nación. Se viviría en núcleos familiares en los que habría patriarcas o matriarcas que tomarían las decisiones. Liberados del mal de la política podríamos dedicar nuestras vidas a cultivar los valores de la moral, del arte o del conocimiento, que han sido puestos en crisis por el vicio de la política.
En el siglo anterior algunos pensaron que la democracia liberal se había quedado sin competidores, que se había llegado al final de la historia política. Ahora sabemos que eso no fue el caso.