Nicolás Maduro está respondiendo con amenazas más que con razones. Bien podría sumarse a la petición de la oposición y de buena parte de la comunidad internacional dando a conocer las actas de los resultados electorales del domingo pasado; si ganó por la buena no tendría de qué preocuparse.
En lugar de con ello buscar la posibilidad de un diálogo tomando en cuenta el presunto resultado oficial que le da una ventaja un poco mayor de 10 puntos, ha entrado en un toma y daca lanzando culpas sin tomar en cuenta que las manifestaciones en la calle no son de los sectores que han llamado “privilegiados”, “reaccionarios”, “fascistas” y del “imperialismo”.
La calle está siendo tomada por los sectores populares, los cuales están manifestándose defendiendo su voto y cansados de los años del régimen de Maduro. Las protestas han ido creciendo de manera significativa y ya alcanzan actos en contra de la memoria de Hugo Chávez quien parecía inatacable e intocado.
La reacción ante el proceso electoral no se está circunscribiendo sólo a algunas ciudades. Buena parte del país está en las calles bajo la convicción de que hay que defender el voto ciudadano. El Gobierno lo ve como una provocación, porque muy probablemente puede intuir que detrás de las protestas se empieza a construir un país que puede ser un antes y después del chavismo.
Podrían conjuntarse escenarios bajo los cuales Maduro conservará el poder, pero su nueva presidencia sería muy endeble y estaría desarrollándose vía la imposición, el autoritarismo y en buena medida violenta, como ya se está empezando a vivir.
Maduro y su Gobierno bien podrían aceptar su derrota y trabajar para el mediano plazo. Los riesgos del rompimiento entre sectores que históricamente han apoyado al chavismo y al Gobierno es manifiesto. Muchos son los factores, pero sobre todo, prevalece el que Maduro olvidó el origen de lo que llevó a Hugo Chávez al poder que es el mismo que le dio fuerza aunado a la herencia de Chávez.
El costo de violentar el momento va a llevar a un camino sin regreso. Meter a la cárcel a María Corina y a Edmundo González es llevar las cosas al extremo, insistimos, sin regreso. Es colocar también a la comunidad internacional como un actor directo en la cada vez más riesgosa dinámica venezolana.
Por ahora no se aprecia que desde fuera exista una instancia que pueda ser un puente de solución. A pesar de que en América Latina existe un consenso entre un buen número de países sobre la importancia de que se den a conocer las actas electorales, no hay consenso general.
La OEA ha desconocido el resultado. La ONU ha manifestado su preocupación convocando a que se puedan resolver las diferencias de manera consensuada. Siete países del llamado subcontinente han sido materialmente expulsados de Caracas. Perú ayer reconoció el triunfo de la oposición.
En medio de los tiempos de confusión y traspiés que vive el gobierno mexicano por el caso de El Mayo Zambada, López Obrador ha optado por dar largas pasando por alto lo que está pasando al interior del país.
En medio de estas paradojas el Presidente mexicano criticó que la OEA se haya manifestado sobre lo que pasa en Venezuela, no se deben meter dijo. Lo paradójico es que México en este sexenio se ha metido en asuntos de Panamá, Colombia, Argentina, Bolivia, Perú y Ecuador, sin pasar por alto la violenta intromisión contra nuestra Embajada en Quito.
No hay signo alguno de entendimiento y diálogo por parte de Maduro, al contrario, sus posiciones están cada vez más confrontativas; el futuro es de incertidumbre e intransigencia y ya se aprecia cargado de violencia.
RESQUICIOS.
Para consignar. Las ganadoras de las dos inolvidables medallas olímpicas ganadas en París han reconocido que la Conade, leyó usted bien Conade, ha sido clave en el apoyo de su formación para alcanzar sus preseas. Por más que en las entrevistas que les han hecho han tratado de que desacrediten a la Conade, nomás no han podido.