Soy parte de la Generación X por el año de mi nacimiento pero me siento mucho más cerca de los millennials en mi forma de pensar. A veces, igual que mucha gente de mi generación, he dicho con orgullo que a nosotros nadie nos consentía, que todo nos lo teníamos que ganar, que había muy poco reconocimiento a nuestros logros y que a la escuela no se faltaba a menos que estuvieras realmente muy enferma.
El tiempo ayuda a tener una perspectiva más amplia y estoy convencida de que todo lo que vivimos los nacidos en los sesentas y setentas era sencillamente maltrato. Era normal que los profesores ejercieran bullying sobre los alumnos, que nos aventaran el borrador o el gis. A veces parece que nos sentimos orgullosos de haber sobrevivido a muchas prácticas violentas y convencernos de que no nos pasó nada, que somos más fuertes que la “generación de cristal”, a quien criticamos constantemente. La verdad es que sí cargamos con los efectos de crianzas autoritarias como no saber pedir ayuda, trabajar sin tomarnos el descanso en serio o callarnos un montón de cosas porque siempre se trató de aguantar en silencio, de obedecer.
Pensaba en todo esto porque alguien me contaba que en su casa estaba prohibido decir “no puedo”. La madre de esta mujer pensaba que decirlo era levantar un muro que haría imposible lograr cosas en la vida. Las consecuencias de tener prohibido pensar o decir “no puedo” son el agotamiento extremo y un sentimiento constante de culpa por no alcanzar las altas expectativas que se depositan sobre todo en gente muy inteligente o con algún talento excepcional. Ser la consentida o el consentido de los padres o maestros tiene más costos que ganancias. No hay margen para el error, para cansarse, sentirse enfermo o derrotarse. Una de las conversaciones de los últimos días ha sido el regreso triunfal de Simone Biles, la gimnasta norteamericana con más medallas en la historia de su país, que en la olimpiada de Tokio decidió retirarse de la competencia porque no se sentía bien. Biles sufrió bloqueos mentales y desorientación que en la gimnasia llaman “twisties” y que ponen en peligro la vida de los gimnastas. Tuvo que decir “no puedo” y tomarse un tiempo fuera, lejos de las competencias, lejos de los entrenamientos extenuantes y de las expectativas puestas en ella. Fue duramente criticada por abandonar al equipo: “la generación de cristal se quiebra a la primera y pone de pretexto un cuadro de ansiedad y depresión” opinaron expertos en deportes, políticos y la gente común y corriente.
En el documental sobre la vida de Biles, podemos ver a gimnastas que fueron a las olimpiadas en los ochentas y noventas hablar de cómo el bienestar físico y mental no era parte de la conversación. Escenas de competidoras lesionadas de gravedad, llorando, obligadas a intentarlo de nuevo; noticias sobre el abuso sexual cometido contra más de 100 menores por un médico deportivo que trabajaba con gimnastas, contando con el silencio cómplice de muchos. Pasaron dos décadas para que recibiera su castigo y para que las víctimas pudieran hablar de lo que les había pasado. Biles era una de ellas.
La enfermedad mental es una discapacidad invisible de la que se ha comenzado a hablar y que ha cobrado la importancia central que debería tener en la vida de una persona. La salud mental es lo primero que alguien debe cuidar por encima de lo que se espera de ella. Sí se debe renunciar, temporalmente, a ser una atleta o estudiante o lo que sea de alto rendimiento, para escuchar al cuerpo, para cuidarse, para atender cuadros de ansiedad o depresión, trastornos de alimentación o cualquier otro síntoma que ponga en juego la estabilidad emocional. Para los sobredotados es mucho más difícil decir “no puedo”. No están acostumbrados, se sienten perdidos y desconfiados cuando dejan de ser el primer lugar en todo. Es necesario detenerse, renunciar, declararse impotente frente al problema, para curarse. Durante estos años, Biles estuvo en terapia, adoptó un perro, se casó, compró una casa y se dedicó a estar bien mentalmente. Pudo volver a los 27 años a las Olimpiadas y ha ganado el oro al que estaba acostumbrada. Su consejo: hay que tener humildad para pedir ayuda, dejar de presionarse con la expectativa de siempre ganar y de obsesionarse con que solo lo perfecto tiene valor.
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