Un hombre desea a la hermana de su esposa. Al pensar en ella, el depredador “se sobreexcita” y con tal de conseguirla “no hay nada que no ose”. La acecha. Palpa su cuerpo con los ojos. Por fin la viola, superándola en fuerza.
Filomela tiembla como paloma, “empapadas con su sangre las plumas”. Luego amenaza al atroz: dirá entre los pueblos lo ocurrido. Conmoverá a las piedras. Para callarla, él le corta la lengua desde la raíz. El órgano brinca a “la tierra negruzca”. Después viola otra vez a la amputada, pero ella no regala su silencio. Convierte las manos en voz y borda en una tela lo ocurrido, para enterar a su hermana. La venganza de ambas mujeres es tremebunda. Después Filomela se vuelve un ruiseñor: ya vuela libre la doblemente rota. Lo narra el poeta romano Ovidio en Las metamorfosis, siglo I a. C. (traducción: Rubén Bonifaz Nuño). La mitología clásica retrata la esencia humana. No esquiva ningún ángulo del sadismo más ancho, alto, hondo.
En un nivel equiparable de ruindad, en México en este siglo, una joven es rociada con ácido por su expareja. Casi cinco años después, María Elena Ríos Ortiz lleva sobre noventa por ciento de su cuerpo las huellas de aquella agresión sin nombre, pero hace unos días su atacante, Juan Antonio Vera Carrizal, estuvo a punto de ser liberado por un juez cómplice. A última hora, la presidenta del Tribunal Superior de Justicia de Oaxaca, Berenice Ramírez Jiménez, revocó la libertad; el exdiputado continúa en prisión preventiva por la brutalidad que concibió en septiembre de 2019. Su defensa busca reclasificar el delito: dice que al arrojar corrosivo contra la saxofonista, Vera Carrizal no quería matarla, por lo que no es intento de feminicidio. El salvajismo acumulado.
Malena es mujer e indígena, doble desventaja en nuestro sistema judicial, pero no baja los brazos. Aunque dice que ha tenido que lidiar con dos gobernadores, tres fiscales, cinco jueces y tres ministerios públicos, su atacante no ha recibido condena. Sin embargo, la acción de la presidenta del Tribunal significa una luz.
Quisieron borrarla, diluir su nombre e historia, su cuerpo, pero esta vez no ganarán los violentos porque ella, como la mujer mitológica, tampoco está dispuesta al silencio e igualmente sufrió una transformación: “A través del llanto que me provocó el dolor de mi cuerpo quemado me permití un proceso de metamorfosis para volver a nacer”. Lo señaló en febrero en la Ciudad de México, durante la aprobación de la Ley Malena, que reforma el Código Penal a fin de considerar intento de feminicidio la “violencia ácida”.
Para dar un golpe decisivo a esta peste colectiva que va del acoso sexual a la violación y el asesinato por motivo de género, para construir una nueva narrativa que se desmarque de los opresores es imperativo el arropo comunitario, alzar las manos de todas y todos. Va por ti, Malena.