Confianza y Presupuesto: pareja necesaria

BRÚJULA ECONÓMICA

Arturo Vieyra*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

La confianza es un término fundamental en las relaciones humanas y tratándose de la economía podríamos decir que sin duda es la base y sustento de cualquier sistema económico. En palabras del economista clásico John Stuart Mill “La ventaja para la humanidad de poder confiar unos en otros penetra en todos los rincones de la vida humana: lo económico es quizás la parte más pequeña, pero incluso es incalculable.” (Principios de Economía Política, 1848).

La confianza en las políticas públicas tiene un valor incalculable para impulsar el crecimiento a través de las decisiones de productores y consumidores. Bajo un ambiente de expansión económica y de confianza, los primeros pueden fortalecer la inversión, en tanto que los consumidores harán apuestas mucho más arriesgadas, especialmente en bienes duraderos y bienes inmuebles. A la inversa, frente a situaciones de fuerte incertidumbre y bajo crecimiento, la confianza puede lograr que consumidores y productores estén dispuestos a aceptar políticas que impliquen costos en el corto plazo a cambio de beneficios a largo plazo. En ambos casos, la confianza incrementa la probabilidad de éxito de las políticas públicas.

Así, el comportamiento de los agentes económicos privados depende en lo fundamental de su confianza en las políticas públicas, pues además de legitimarlas, es el componente principal para lograr su efectividad.

El gran reto para el Gobierno reside en edificar la confianza, ello se logra a través de un persistente éxito de los objetivos que se planteen. Se requiere de la transparencia y claridad en los medios para cumplir las metas, así como de la posibilidad de cuantificarlos y de la toma de decisiones en momentos claves cuando el entorno se modifica radicalmente.

Por tanto, mantener la confianza en las políticas públicas es un proceso permanente que requiere consistencia a través del tiempo. Si se logra, también se consigue una retroalimentación en la dinámica de la confianza generando un círculo virtuoso entre políticas exitosas y confianza. Pero el efecto contrario puede ser desastroso diluyéndose en poco tiempo la confianza lograda y mermando la capacidad de éxito de las políticas públicas.

La dinámica de la confianza bajo la presente administración ha sido una compleja historia de éxitos y fracasos. Con fuertes descalabros a la confianza empresarial, por ejemplo, cuando la cancelación de aeropuerto de Texcoco provocó una caída de la inversión privada de casi 3% real en 2019, o bien, cuando por efecto de la pandemia la confianza de los consumidores y productores se derrumbó, en este caso por un factor externo.

Después de ambos episodios negativos, la confianza en consumidores y la mayor parte del empresariado pudo restablecerse gracias al éxito de las políticas gubernamentales que promovieron en los tres años siguiente un robusto crecimiento y fortalecieron la estabilidad macro a través de respetar la autonomía de Banxico y mantener estables las finanzas públicas.

Ahora se presenta un nuevo reto que pone en entredicho los niveles de confianza. Me refiero al próximo presupuesto que será presentado por la siguiente administración. Después de que en este año se incurra en un abultado déficit fiscal de casi 6% del PIB, la siguiente administración tendrá que hacer un severo ajuste al gasto que definitivamente mermará las capacidades de instrumentar su plan de trabajo.

La tentación de no regresar a la estabilidad fiscal podría promover de nueva cuenta una pérdida de confianza del sector privado con claras consecuencias negativas para el desempeño de la inversión y el crecimiento económico. La confianza crea lazos y fortalece el tejido y social para el desarrollo. Construirla requiere mucho tiempo y esfuerzo y para destruirla basta una mala decisión.

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