25 años de contar historias…

GENTE COMO UNO

Mónica Garza
Mónica Garza larazondemexico

Cuando uno llega a una oficina por primera vez, observa todo al rededor y empieza a imaginarse, como un cuento, todo lo que podría ser “si esa silla fuera para mí”…

Luego, recibe la noticia de que ha sido aceptado, pero jamás podría adivinar si el andar por esos pasillos será breve o la historia de toda una vida.

Así, ahí estábamos nosotros, sin siquiera dimensionar el camino recorrido, los retos superados, los desvelos, las alegrías del triunfo, la competencia feroz de tantos días, el desazón de algunos fracasos y el generoso “día siguiente”, inevitable, que nos ha empujado siempre a continuar sin mirar atrás.

Nadie tuvo escapatoria esa mañana, ante la reflexión profunda del valor de una pasión que se paga con la moneda más preciada: El tiempo. El que cedimos por voluntad y el que le robamos a los que amamos.

Esos que pacientes han transitado, tantas veces, nuestra ausencia en fechas importantes o simplemente nuestra ausencia en presencia, cuando el cuerpo está ahí, pero la mente no se baja de ese avión que es la adicción de ser parte del contar una historia, o La historia…

Ahí estábamos entonces, tan distintos en nuestras vidas, en el papel que jugamos en nuestras familias, como el que desempeñamos en diferentes trincheras, y a la vez, dentro del mismo pelotón de batalla.

Éramos unos 150 en ese salón vestido de fiesta y revueltos en mesas que no hicieron distingo entre “el delante y el detrás de cámaras”, porque a todos nos igualó un número en la solapa: 20 y 25 años en TV Azteca.

Inés Sainz, Daniel Bisogno, Christian Martinolli, Linet Puente, Carlos Guerrero El Warrior y la que escribe, sólo por mencionar algunos de los rostros de la tele, que estábamos ahí sentados junto a nuestros otros compañeros de viaje, los que han hecho posible contar la historia de tantas historias.

La autora de esta columna, junto a Luciano Pascoe y Benjamín Salinas, al recibir su reconocimiento.
La autora de esta columna, junto a Luciano Pascoe y Benjamín Salinas, al recibir su reconocimiento.

Porque hay vidas completas que se cuentan por capítulos de programas, Olimpiadas, coberturas especiales, Copas del Mundo, desastres naturales, cambios de poderes, muertes de ídolos, la entrega de un Oscar y hasta una bendición Papal, todo “en tiempo real”…

Entonces en ese salón, fue como si de pronto se hubiera detenido el tren de la montaña rusa a la que nos subimos hace 25 años los que estábamos ahí, para proyectarnos la película de todo lo que también ocurrió, mientras nosotros viajábamos a toda velocidad.

Conductores, productores, camarógrafos, editores, personal de seguridad, administrativo, todos sentados juntos y revueltos, mirando nuestros nombres y rostros en unas pantallas, y muchos por primera vez, como invitados, sin trabajar…

Yo recuerdo muy bien la primera vez que crucé la puerta de TV Azteca como empleada, caminando, y cómo sentía que se me salía el corazón del pecho. Quizá algo me advertía el tobogán al que me iba a subir.

En TV Azteca he recorrido a cualquier hora, todos los pasillos a paso siempre apresurado, embarazada de mi única hija, corriendo para llegar a tiempo al festival de la escuela, como fantasma a la media noche por las islas de edición, ganándole la carrera del tiempo al noticiero de la mañana, maquillándome en una cabina para ir al aire de emergencia, o llorando en el pasillo hacia el estacionamiento, abrazada del folder que contenía los papeles de mi divorcio.

En 25 años, en una televisora pasan muchas cosas, uno cambia de foro, de oficina, de fuente, de cónyuge, de casa, —hasta de partido político— y de planes de vida, tantas veces como sea necesario.

Es una emocionante carrera de resistencia, donde lo más valioso son las ganas, los motores en casa, así como los cómplices generosos, los compañeros de proyectos, de carcajadas, de horas de escritorio, de borracheras y el abrazo de la resistencia cuando algo sale mal.

Hasta las traiciones resultan generosas, en esa hoguera de vanidades de la “cajita de sorpresas” que es la pantalla chica, donde las enseñanzas como las oportunidades, son determinantes.

Así nos transcurrieron a muchos 25 años, sin reparar en cuánto nos iba creciendo la experiencia, las anécdotas, los sellos en el pasaporte y los golpes en la maleta.

Qué profundas las huellas en el corazón y qué nítidas las memorias, con nombre y apellido, de esta gran historia de la que hemos podido ser parte, como narradores, guerreros o simples seres humanos, que una mañana cualquiera, volteamos a ver el calendario y habían pasado 25 años…

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