El síndrome del gran elector

VIÑETAS LATINOAMERICANAS

Rafael Rojas<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Rafael Rojas*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

En algunas elecciones recientes de América Latina hemos constatado un resurgimiento de la idea del gran elector. Tradicionalmente, el tópico se asocia a la figura de Federico Guillermo de Brandeburgo, en el siglo XVII, y su enorme poder después del Tratado de Westfalia. Pero en otra dimensión, la idea del gran elector puede relacionarse con las expectativas que los políticos atribuyen a los electores. Con esa situación familiar en que los elegidos agrandan o exageran los deseos del sufragio.

En Brasil y Argentina, Lula y Milei están atribuyendo el giro de sus agendas, en sentidos contrarios del espectro ideológico latinoamericano, al mandato electoral recibido en sus respectivas contiendas. Lula atribuye todo, incluida su política exterior más activa en América Latina, a sus electores, que le dieron una victoria ajustada sobre Jair Bolsonaro. Milei hace lo mismo, aunque con una victoria más holgada sobre Sergio Massa.

Milei asume que 55% con que ganó La Libertad Avanza sería suficiente para trastocar el diseño del presupuesto público, reducir el financiamiento gubernamental, conducir una política exterior enfrentada a todas las izquierdas latinoamericanas y europeas, u obstruir los procesos de judicialización y políticas de la memoria contra los crímenes de la última dictadura militar. Milei asume a sus electores como practicantes de su ideología libertaria, no como personas que, en un acto racional, le dieron una mayoría de votos condicionados.

En México se ha producido un fenómeno similar con el triunfo de Claudia Sheinbaum en las elecciones de este verano. Aunque por más margen que el de Milei en Argentina, ese triunfo es interpretado por el partido en el Gobierno, el Presidente saliente y la Presidenta entrante como una licencia, no sólo para llevar adelante una estrategia de combate a la pobreza y la desigualdad, propia de su orientación de izquierda, sino para cambiar el régimen político del país y alterar el equilibrio de poderes.

Unos y otros entienden a sus electores como extensiones de sí mismos. No ven el acto de la elección como una asimilación, siempre parcial, del programa de gobierno difundido durante la campaña electoral. Lo ven como una suscripción total de los valores y las ideas de los gobernantes por parte de la ciudadanía. De acuerdo con esa percepción, el gran elector ciudadano no haría más que extender un cheque en blanco al poder político.

Una variante extrema del mismo equívoco del gran elector acaba de verificarse en Venezuela. Nicolás Maduro, que ha violado buena parte de la legislación electoral de la República Bolivariana chavista, con tal de reelegirse por tercera vez, ha emprendido una serie de reformas en la Asamblea Nacional, en medio de la crisis que divide al país. Justifica esas reformas, que acotan las garantías de la oposición y la sociedad civil, y que implicarían, incluso, cambiar las leyes electorales venezolanas, con su cuestionado triunfo.

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