Cartas a la Casa Blanca

APUNTES DE LA ALDEA GLOBAL

Portada del libro "La silla del águila" de Carlos Fuentes Foto: amazon.com.mx

En La silla del águila (2003) de Carlos Fuentes se narra un escenario de caos político en México, ubicado en el arranque del año 2020. En aquella fantasía, México contaba con dos presidentes, el constitucional y el sustituto, y el país se encontraba en un apagón de telecomunicaciones, provocado por Estados Unidos.

La represalia de Washington se debió a una serie de acciones de México en política exterior. En una reunión del Consejo de Seguridad de la ONU, el presidente había exigido el retiro incondicional de las tropas de Estados Unidos, que ocupaban Colombia. También había demandado el fin de la exportación de petróleo mexicano a Estados Unidos hasta que Washington pagara a México al precio fijado por la OPEP.

En aquel apagón, los dos presidentes, los secretarios del gabinete, los operadores políticos y todas y todos los que formaban parte de la corte presidencial, deciden comunicarse a través de cartas. Por la vía epistolar se dirimían los conflictos de la élite del poder, el diferendo con Estados Unidos, los dilemas de la sucesión presidencial, las propias políticas públicas, las intimidades y afectos.

He recordado la novela de Fuentes en estos días que concluye la presidencia de Andrés Manuel López Obrador. Se ha dicho, con y sin ironía, que una de las innovaciones, entre muchas, de este sexenio, en materia de política exterior, ha sido el concepto de “pausa”. El Presidente puso en pausa las relaciones con España, en 2021, a la espera de que Felipe VI pidiera disculpas a México por la conquista. Ahora ha puesto en pausa las relaciones con los embajadores de Estados Unidos y Canadá, Ken Salazar y Graeme C. Clark, hasta que “aprendan a respetar la soberanía de México”.

Otra innovación que se deriva de la anterior es el envío de cartas públicas a mandatarios del mundo, incluidos el monarca español, el papa Francisco y los dos presidentes de Estados Unidos, Donald Trump y Joe Biden. AMLO debe haber enviado unas siete cartas a sus homólogos estadounidenses en este sexenio. Además de esas cartas, sus cuatro viajes a Estados Unidos son la mejor evidencia de que la prioridad de su gobierno, en política exterior, fue la buena relación con el vecino del norte.

En su primera carta a Trump, en mayo de 2019, el Presidente recordó las buenas relaciones que sostuvieron Benito Juárez y Abraham Lincoln y Lázaro Cárdenas y Franklin Delano Roosevelt, a pesar de conflictos bilaterales tan graves como los derivados de la expropiación petrolera en 1938. AMLO llamaba a Trump a evitar la confrontación: Estados Unidos no debía tomar medidas arancelarias coercitivas y México incrementaría sus controles migratorios.

La última carta a Trump, ahora como candidato a un segundo término, en el verano de este año, tiene el mismo tono amistoso. AMLO se solidarizaba con el mandatario por al atentado sufrido, lo llamaba “amigo” dos veces y aseguraba que Trump “siempre fue respetuoso de nuestra soberanía y cuidadoso de la amistad entre nuestros pueblos”. Entre elogio y elogio, López Obrador defendía dos cosas: el control migratorio mexicano y el T-MEC.

Las primeras cartas a Biden, más sobrias y tensas, estuvieron enfocadas, también, en la política migratoria, pero agregaron un nuevo diferendo por medio del reclamo al financiamiento concedido por la USAID a la asociación Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI). En las de septiembre del 21 y agosto del 23, AMLO respaldaba los proyectos de colaboración para el desarrollo de Centroamérica, encabezados por Kamala Harris.

Sin embargo, en otras dos cartas a Biden, una de mayo de 2023 y otra de agosto de 2024, el tema único fue el financiamiento de MCCI. AMLO hablaba de ese financiamiento como un “acto intervencionista” o una “actitud injerencista”. La última carta a Biden, después de las declaraciones de Salazar, ya dan a la relación bilateral un tono ríspido, muy similar al que describe Fuentes en su distopía mexicana.

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