Este domingo el Presidente Andrés Manuel López Obrador da su último informe y luego vendrá la gran celebración. Se va con una popularidad cercana al 60%, muy similar a la que tenía al iniciar su mandato.
Llegó y se irá como el presidente más popular de la historia de México.
¿Será su gran celebración un buen antídoto contra el recuerdo de los heridos en el camino de los últimos seis años y de todos sus muertos?
Antes de la llegada de la 4ta Transformación, durante años hablamos de “los muertos de Calderón” para referirnos a las cientos de miles de víctimas de la guerra contra el crimen organizado.
“No regresará la guerra contra el narco”, dijo la presidenta electa Claudia Sheinbaum en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, y tiene razón, porque no puede regresar algo que nunca se ha ido.
Hoy no hay guerra, hay abrazos al narco, a sus madres o a sus socios, con silencio, omisión o amparos; pero los muertos se han seguido sumando. Entre sus víctimas y otras, ha sido el sexenio más letal, con 196,161 homicidios al sol de hoy, según TResearch International.
Pero no voy a referirme a esos muertos, sino a otros en sentido figurado. Aquellos a los que el presidente López Obrador dio “muerte civil” por considerarlos “peligrosos adversarios”.
El primer fusil apuntó a la academia, que el día menos pensado se vio insultada y menospreciada. No sobrevivió el CIDE y se vieron heridos el ITAM, el Tecnológico de Monterrey, la Universidad Iberoamericana y hasta la UNAM —alma mater de la presidenta electa Claudia Sheinbaum, donde adquirió su especialidad en cuidado del medio ambiente—.
Y es que los ambientalistas fueron otro blanco del presidente. Mató cualquier crítica sobre lo que especialistas, nacionales e internacionales, consideraron y probaron como la comisión de un ecocidio, con la construcción del Tren Maya.
Los últimos años hubo que tener mucho cuidado con eso de identificarse con cualquier grupo de la sociedad civil organizada; pocas se salvaron de la bala de gracia que alcanzó con gran puntería al Instituto Nacional de Desarrollo Social.
Con él se enterraron importantes espacios de interlocución entre sociedad civil organizada y gobierno, como tantos otros apoyos para organizaciones que llegaban a donde el Gobierno nunca quiso llegar.
Tampoco nadie quisiera recordar a los niños que murieron de cáncer, víctimas del imperdonable desabasto de medicamentos; sumados a tantos que quedaron huérfanos, víctimas de una fallida estrategia de salud para enfrentar a la asesina pandemia de Covid-19.
La misma que fue escenario de ataques y menosprecio a cientos de médicos del sector salud, que vieron caminar hacia el paredón, apoyos y recursos que murieron por asfixia, como un paciente más.
La misma pandemia que dejó en los más jóvenes una honda herida emocional y educativa, agravada por una regresión académica, que nadie atendió y que tardará generaciones en sanar.
Los gritos morados que se alzaron por miles cada 8 de marzo, fueron otro destinatario de un raro veneno escondido entre flores y vallas de metal.
El presidente “más feminista” de la historia, fue el mismo que desestimó el dolor de tantas mujeres, madres que marchaban con la tierra de las tumbas de sus hijas contenida en sus puños cerrados, clamando justicia.
Los Organismos Autónomos también murieron. Al fin que la política social resultó tan “perfecta”, que se consideró innecesario evaluarla. Adiós al CONEVAL, el IFT, la CRE y el INAI, en un país donde 7 de cada 10 contratos se dan ya por asignación directa.
Murió ProMéxico, el Consejo de Promoción Turística y sus oficinas en el exterior, la Oficina de Marca País y el presupuesto para los Pueblos Mágicos —a menos que se trate de considerar a Badiraguato—…
Se murió la relación diplomática con Ecuador, sin olvidar la agonía de la relación con España, cuyo embajador en México logró encontrar la sonda del respirador, que hoy estamos buscando para Bolivia, Perú y claro, Estados Unidos y Canadá.
En contraste, el presidente López Obrador empoderó a esa curiosa “prensa alternativa”, porque la formal y profesionalizada, se atreve a investigar y cuestionar y eso mereció durante seis años “sentencia de muerte”.
Para la prensa no faltó veneno, desprecio y ataques directos, con nombres, apellidos, direcciones personales y hasta números de cuenta bancaria. Mientras bufones aplaudidores ocupaban sillas de honor en el salón Tesorería y preguntas asignadas para cada mañana.
Quedan 30 días del Gobierno lopezobradorista y falta el platillo principal: la reforma judicial, que como está propuesta, podría matar nuestro Estado de derecho, la División de Poderes y nuestra libertad.
Entonces, ¿vamos al Zócalo a celebrar?…