En México, país con una larga tradición de asilo en su diplomacia y su política migratoria, se conoce bien el drama de los exilios.
En este sexenio se han concedido asilos políticos a varios líderes latinoamericanos, como el del presidente boliviano Evo Morales y su vicepresidente Álvaro García Linera, los ecuatorianos Ricardo Patiño y Jorge Glas, todavía preso en Ecuador, y se intentó dar refugio al presidente peruano Pedro Castillo, antes de su arresto.
No es difícil imaginar el cúmulo de presiones que el gobierno de Nicolás Maduro ejerció sobre Edmundo González Urrutia, el candidato a la presidencia que, de acuerdo con la oposición y buena parte de la comunidad internacional, ganó las pasadas elecciones en Venezuela. El gobierno español, que encabeza Pedro Sánchez, dio asilo político a González, de 75 años, quien deja a su esposa y una hija en Caracas.
La partida de González rumbo a Madrid fue celebrada por Nicolás Maduro como una victoria. De pronto, los medios maduristas, que durante meses se refirieron al académico y diplomático como “asesino”, “terrorista” y “fascista”, comenzaban a tratarlo con el título de “embajador”. Los partidarios de Maduro en América Latina y España leyeron el exilio de González Urrutia como una prueba de la derrota de la oposición en las elecciones e, incluso, de la “falsedad” de las actas del escrutinio, mostradas por la oposición, a pesar de tratarse de hechos sin relación probable.
También en la oposición se hizo una lectura injusta del exilio del candidato presidencial, aunque María Corina Machado, líder indiscutida del movimiento, llamó a la sensatez. Muchos opositores han mostrado decepción o derrotismo con el traslado de González Urrutia a España. Piensan que sin el ganador de las elecciones en Caracas será muy difícil reclamar la verificación o el reconocimiento del triunfo electoral del 28 de julio.
Una de las reacciones que más ha llamado la atención, especialmente en España, ha sido la de Pablo Iglesias, fundador de Podemos, exvicepresidente y voz muy seguida de la crítica al gobierno de Pedro Sánchez desde la izquierda. Iglesias se preguntó por qué González no se refugiaba en la Argentina de Javier Milei y se quejó de que ya había muchos antichavistas en Madrid. Olvidó Iglesias mencionar a Marcos Pérez Jiménez, o a Fulgencio Batista, como célebres refugiados de las derechas latinoamericanas en España, aunque también pudo recordar a Juan Domingo Perón (¿izquierda? ¿derecha?), quien vivió en Madrid entre 1960 y 1973 bajo el cobijo de Franco.
A través de Iglesias habla, en buena medida, esa corriente bolivariana en Iberoamérica que apuesta a la reelección de Maduro, sea como sea. Una corriente que cierra filas con un fraude electoral, que no se puede refutar con dos y tres actas incompletas o irregulares de las mostradas por la oposición sino con la información empírica en que, supuestamente, se basa el 51% con que Maduro ganó las elecciones del 28 de julio.