Concentración

DE LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

Con la reforma judicial, el populismo gubernamental concluye con un sexenio de circulación de élites.

Primero fue la reducción de plazas y sueldos del servicio profesional de carrera en el Gobierno central, lo que provocó una emigración de mandos altos y medios de la administración central; después fue por los funcionarios del INE, donde provocaron salidas de funcionarios y un ajuste presupuestal, que tuvo ya su impacto en las elecciones y que ha mermado la credibilidad de los partidos en las autoridades electorales. Finalmente, con la reforma judicial, el planteamiento es la renovación de élites.

Hoy el Gobierno no es más eficiente centralmente, ni es percibido como menos corrupto, tampoco provee más seguridad, ni una mejor salud, las elecciones no producen una estabilidad social ni garantizaron representatividad proporcional en los espacios políticos, y seguramente con la reforma judicial, no habrá una mejor impartición de la justicia en México, ni se reducirá la impunidad. Lo que estamos viendo es la concentración de poder y el desmantelamiento del sistema transicional.

Con un enorme olfato político, López Obrador promovió el Acuerdo Político de la Unidad por la Prosperidad del Pueblo y el Renacimiento de México, que representó la integración de fracciones políticas locales de todos colores a lo largo y ancho del país, a quienes llevó al Gobierno y al congreso; a su coalición gobernante lo mismo integró perredistas en Michoacán, que panistas en Guanajuato o priistas del Estado de México. Lo mismo cabe el ultra conservador Chema Martinez en Jalisco, que el radical “camarada” Noroña, lo mismo presidentes de cámaras empresariales que dirigentes de organizaciones sociales. Lo mismo, Manuel Espino, que el grupo de Fidel Herrera, que los Yunes. La maquinaria da para todos.

El caso Yunes representa el botón de cierre sexenal. Básicamente, los Yunes estaban agonizando en el estado de Veracruz, en 2018, perdieron la gubernatura de dos años, y en 2024, apenas si rozaron los 600 mil votos al Senado con el PAN, muy lejos de las glorias panistas del millón de votos de la década pasada. Sus aliados directos pudieron ganar una diputación federal, y una local de Boca del Río. El próximo año habrá elecciones municipales, y sus grandes bastiones Veracruz y Boca del Río, están seriamente amenazados, era casi un hecho que perderían el puerto de Veracruz, donde gobierna con un enorme desgaste Patricia Yunes y que la competencia por Boca del Río sería férrea. Las opciones se acababan para ellos, sin embargo, terminaron por ser integrados al oficialismo.

Más o menos esta historia se repite a lo largo y ancho del país, Morena se ha convertido en un enorme partido-Estado concentrador, una plataforma de competencia para políticos de todos signos y agendas que quieren seguir en el poder. Hoy la competencia en la mayoría del país, se encuentra en los procesos internos de Morena y sus famosas encuestas. En algunos casos esas internas fueron más aguerridas e incluso más largas que las elecciones constitucionales. Para muestra las elecciones presidenciales, donde la carrera abierta por la candidatura duró casi 2 años. Esto se repitió en amplios territorios, donde los precandidatos muestran quién tiene el favor más grande por AMLO, por Sheinbaum o por el gobernador en turno.

Este nuevo sistema está cimentado en la presencia territorial distrital y seccional permanente del intercambio de programas sociales y el apoyo de toda clase de grupos. Es de destacar que hasta ahora ese nuevo establishment se ha mantenido con pocos rompimientos locales en Morena o cambios de partido, puesto que los políticos saben que eso representa quedarse fuera del Gobierno, ya que otras fuerzas hoy no tienen la expectativa de victoria.

En suma, se ha concluido con la era transicional, de una democracia electoral, que intentó ser una democracia liberal, pero que nunca llegó a impregnar los valores democráticos occidentales plenamente entre la sociedad como prioridad de Estado. Durante más de treinta años una enorme proporción de la población asoció que democracia era ir a votar un domingo de cada tres años. Las élites de la época, en parte, se conformaron con esa visión, y no culturizaron, ya sea por desidia o por exclusión, al ciudadano mexicano. Hubo quien abusó, otros que vieron y no alzaron la voz, otros que pensaron que lo que veían de lejos, nunca les iba a afectar. Lo que ha sucedido es la suma de todas esas perspectivas.

Pese a esto, no todo está perdido. Frente a la concentración de poder, la marcha será larga, pero ahí donde hay demócratas leales, habrá posibilidad de renovar esperanza.

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