El preso Genaro García Luna siguió la recomendación de su equipo legal, sus amigos de partido en México, en Madrid y de personas de la administración estadounidense, para comunicarse con la opinión pública mexicana en un momento clave de la transición entre el Gobierno del Presidente Andrés Manuel López Obrador y la Presidenta electa, Claudia Sheinbaum Pardo.
El “miembro sustantivo” del gobierno de Felipe Calderón tuvo éxito al convertirse nuevamente en nota de primera plana. Fracasa, al terminar representando, por su propia inhabilidad o mojigatez táctica, lo mismo que atribuye a la Fiscalía de Nueva York: sigue como un actor carente de pruebas o renuente a presentar evidencias de sus dichos, según los cuales operadores de esta administración están vinculados con el narcotráfico.
La garcialunés del autor afecta su credibilidad: ni indicios ni aportaciones a los apuñalamientos y homicidios que dice haber presenciado o a las condiciones infrahumanas que alega enfrentar, las cuales, de existir en Estados Unidos probablemente palidezcan respecto de muchas prevalecientes en los centros de reclusión, que ayudó a poblar, con justicia o sin ella, con algunas centenas de mexicanos.
Ojalá hubiera generado su mensaje con detalles verdaderamente disruptivos y así contribuir ejemplarmente, si eso pudiera esperarse de una persona como él —extrañamente enriquecida por asesorías locales o internacionales mediocres, con pagos exorbitantes provenientes de facturas del erario, controlado por priistas y panistas del sexenio posterior al 2012—, al crecimiento democrático de la opinión pública.
Sin la claridad temporal, lógica o la precisión ortográfica y sintáctica demandada por ocasión tan importante, García Luna anima las trivialidades de nuestro debate. Revuelve las aguas de nuestra disposición de tomar posiciones entre las víctimas de la persecución jurídica —como le gusta autorrepresentarse al panismo en la capital nacional y en Madrid— y el bloque político gobernante, al cual no le son del todo ajenas las acusaciones sin evidencia.
García Luna se presenta como víctima con oportunidad de probar su inocencia en la antesala de cumplir cinco años detenido ante la verosimilitud, no necesariamente la verdad, según su argumento, de acusaciones infundadas en su contra. De ahí su crítica a la “explosiva” supuesta presión del Gobierno mexicano desatada hacia él, en uno de los episodios de mayor afectación a la imagen del PAN, la única oposición visible y de alguna relevancia actual.
“La inducción del Gobierno de México” es colocada por García Luna en el banquillo de unos acusados odiados por la Marea Rosa y otros mareados en sus marchas y candidaturas como la de Xóchitl Gálvez, quienes intentaron en la campaña enlodar a la Presidenta electa con calificativos de la misma calidad intelectual que la exhibida por sus autoras y autores, y por el mismísimo “miembro sustantivo”.