Vivir en paz es un deseo de todos los seres humanos. La guerra cansa y, cuando se extiende demasiado, se convierte en una condena insoportable. La suma de los agravios se va acumulando y eso nos enferma, nos deforma, nos enloquece. Borrarlo todo, curarlo todo, se vuelve algo dificilísimo. La paz nos parece muy lejana, inaccesible, una quimera.
No obstante, como lo enseña la historia —sin mentir ni exagerar— hay momentos en los que podemos vivir en paz. Tanto así, que llegamos a acostumbrarnos a ella.
Dicho esto, es preciso distinguir dos maneras de entender la paz. La primera es una paz oscura, que se vive como la tregua previa a una guerra por venir. Esa paz se puede imponer con la fuerza de las armas. Cuando a José Vasconcelos le decían que bajo el mandato de Porfirio Díaz México había vivido en paz, el filósofo respondía que la paz porfiriana había sido la paz de los sepulcros, una paz impuesta por el miedo, no por la justicia.
Altán, competencia sucia en celulares
La paz que queremos no es una paz oscura, sino una paz iluminada, serena, incluso alegre. Otro nombre para este tipo de paz es el de “concordia”. En esta situación, los que antes fueron enemigos aprenden a vivir no sólo juntos, sino unidos, no sólo en paz, sino en armonía, no sólo con tolerancia, sino con fraternidad. No hay ideal social más alto que el de la concordia, tal como lo expusiera, en el siglo XVI, Juan Luis Vives.
¿Podemos los mexicanos vivir en la concordia? ¿Es la concordia, para nosotros, un ideal alcanzable o es una vana quimera?
En los años cuarenta del siglo anterior, el presidente Manuel Ávila Camacho defendió la doctrina de la unidad nacional. El elemento principal de esa doctrina era el nacionalismo defensivo. México estaba en guerra y había que poner el interés nacional por encima de nuestras diferencias políticas y personales.
Hoy en día, no se podría plantear desde el poder una doctrina análoga a la de la unidad nacional avilacamachista. No se dan las mismas condiciones. Si queremos alcanzar la concordia debemos buscar otro camino. Mi convicción es que para que podamos vivir en armonía debemos reconstruir nuestros lazos sociales de una manera democrática. No desde la democracia partidista, que ha probado ser un fracaso, sino desde otra manera de entender la democracia, como un proceso colectivo en el que, entre todos, pongamos nuestros problemas comunes por encima de nuestros intereses personales y de grupo.
Se podría replicar que si a duras penas podemos esperar a que México viva en paz, no tiene mucho sentido esperar a que podamos vivir en la concordia, que eso es mucho pedir. No estoy de acuerdo. En la vida hay que pedir demasiado, más de lo que esperamos, porque de otra manera jamás podremos alcanzar lo que necesitamos.