El caso Pelicot ha sacudido a la sociedad francesa, desatando un debate profundo sobre la violencia sexual, el consentimiento y la responsabilidad individual.
Más allá de las atrocidades cometidas contra Gisèle Pelicot, este caso ha traído la discusión sobre la necesidad urgente de replantear nuestras concepciones sobre la violación, y de fortalecer los mecanismos de protección a las víctimas.
Lo que hace tan escalofriante este caso es la actuación sistemática con la que Dominique Pelicot, su esposo, la ofrecía en plataformas de Internet y 51 hombres aceptaron y perpetraron estos abusos. Dominique le administraba fármacos para anular la voluntad de Gisèle, lo que hizo por años, donde sólo tres de cada 10 hombres usuarios de estos espacios en Internet se negaban a participar. Lo anterior reveló una perversión que sobrepasa los límites de la comprensión. Este caso es un reflejo de una problemática social más profunda que se encuentra muy arraigada en nuestra sociedad; la satisfacción sexual (goce, pecado, dominación). La responsabilidad debe recaer sobre la sociedad, las instituciones y la cultura que hemos construido.
Uno de los aspectos más relevantes de este caso es la cuestión del consentimiento. ¿Cómo podemos definir el consentimiento cuando una persona está incapacitada para tomar decisiones debido a la influencia de sustancias? ¿Hasta qué punto somos responsables de nuestras acciones si actuamos bajo coacción o engaño? Estas preguntas han puesto en el centro del debate la necesidad de una legislación más clara y precisa en materia de violencia sexual. Esto, a la luz de que, en muchos países, incluido Francia, la tipificación del delito de violación no contempla el concepto de consentimiento.
El caso Pelicot ha destapado una red de complicidades y silencios que permitieron que estos hechos se prolongaran durante años, entre ellos, la pasividad de familiares, amigos, vecinos y el fracaso de las instituciones que tienen la responsabilidad de prevenir este tipo de situaciones. Es decir, si una mujer llega constantemente a consulta por enfermedades de transmisión sexual de origen desconocido, o con problemas de memoria, debe haber ahí una alarma, no silencio.
Otro punto relevante de este caso son las alegaciones de los perpetradores, quienes defienden sus acciones bajo la justificación de haber sido ellos abusados sexualmente, y ese trauma los llevó a aceptar las propuestas de Dominique. Sobre esto, es importante señalar que debemos verlo como parte del problema, no como una justificación. O bien, porque violar parece para muchos algo que debe entenderse como una satisfacción sexual y, por tanto, que tienen el derecho a ser ejecutada e incluso aluden a una responsabilidad compartida, porque ellos serán los violadores, pero ellas dicen que son el objeto permisivo en donde sus deseos se justifican, y desde ahí es que otros alegan que pensaban que estaba dormida o que era un acuerdo de pareja y no una violación.
El caso Pelicot nos obliga a reflexionar sobre nuestra propia sociedad y a cuestionar los valores que la sustentan.