Claudia Sheinbaum toma las riendas del país bajo el mejor escenario imaginable: con el amplio respaldo de las urnas, con mayoría calificada en la Cámara de Diputados —y a un puñado de votos de tenerla también en el Senado—, con tres cuartas partes de las entidades gobernadas por su partido, con la oposición pulverizada y con la enorme aprobación con la que dejó el cargo su antecesor.
Llega, así, la primera mujer en la historia de nuestro país a encabezar el Poder Ejecutivo, sin pasar por alto que su enorme base de votantes espera que su política y estilo de gobierno sea el mismo que el de su homólogo saliente, con programas sociales basados en la transferencia directa de recursos y con la encomienda de continuar con el proceso reformador iniciado, en el ocaso de la anterior administración.
Sin embargo, los retos también son muy grandes. Llega la primera Presidenta de México, antecedida por un Presidente —con quien la cercanía es, hasta ahora, incuestionable— cuya agenda feminista fue nula e, incluso por momentos, de franca confrontación. Creer que, por el simple hecho de ser mujer, impulsará y defenderá causas e iniciativas en favor de un desarrollo equitativo de las mujeres de este país, no es preciso, sobre todo en el sistema y la sociedad tan patriarcal y machista en la que vivimos.
El reto también se encuentra en definir de dónde saldrán los recursos para mantener los programas sociales, porque no, no somos Dinamarca en ningún sentido y no hay fondos que alcancen para mantener un sistema asistencialista de apoyos universales, en un país donde la base recaudatoria es insuficiente para sostener ese tipo de políticas.
En cuanto al espíritu reformador, en lo inmediato habrá que darle forma a la reforma judicial, que ya tiene contra reloj a la autoridad electoral —cuya respectiva reforma, por lo pronto, se encuentra en pausa, pues alguien tiene que organizar la elección extraordinaria federal del próximo año para elegir a ministros, magistrados y jueces—. Habrá que ver si en los meses siguientes —o pasada la elección—, continúa la intención de modificar y desaparecer órganos constitucionales autónomos de índole diversa, como lo dejó decretado el Presidente saliente.
Y, aunque, entre tanto mayoriteo, por momentos parezca pasar desapercibido, Claudia también llega a la Presidencia de un país altamente polarizado —amor u odio hacia la administración, sin medias tintas—, con una crisis de seguridad en Sinaloa —y en otras partes del territorio, a causa del control y expansión del crimen organizado—, con un crecimiento de la economía pírrico y con problemáticas de diversa índole que requieren atención inmediata —como la emergencia en Guerrero, a causa del paso del huracán John—.
El ojo, durante los primeros meses, estará puesto en hasta qué punto decida imprimir un sello propio a este nuevo Gobierno, qué tanta distancia tome de su antecesor y qué tanta injerencia tenga éste en la vida pública del país.
El manual dice que no debería de diferenciarse un ápice, pero el país requiere un Gobierno para todos, no únicamente para los vencedores.