En estos días de evaluación de los éxitos y fracasos económicos de la administración saliente conviene estacar algunos elementos que cobran particular relevancia en la actual coyuntura. Ha quedado claro que después de haberse implementado un nuevo modelo de crecimiento sustentado en un apoyo mayor al consumo de las familias, este último se ha fortalecido.
Un dato muestra este cambio en la estrategia: en el primer semestre de este año el consumo privado representó el 72% del Producto Interno Bruto, mientras que en el mismo periodo del 2018 representaba sólo el 69%. Este resultado es aún más relevante si consideramos que durante el periodo 2000-2018 la participación del consumo se mantuvo estable alrededor de un promedio de 68%.
Sin menoscabo del perfil exportador manufacturero y exitoso que la economía ha logrado en décadas anteriores y que sigue siendo un pilar del crecimiento, el hecho de que el consumo de las familias tenga una mayor preponderancia en la economía es positivo. Permite, una menor vulnerabilidad frente al entorno internacional, a la vez que facilita una mayor efectividad de las políticas públicas expansivas en la promoción del crecimiento. Además de que, de cara a los esfuerzos redistributivos que en el sexenio pasado —disminución de la pobreza—, puede generar una menor desigualdad social.
Claramente, después de la profunda debacle sufrida por la pandemia, fueron cinco los factores que lograron la vigorosa expansión del consumo en los últimos cuatro años: (1) el incremento a los salarios mínimo y promedio del IMSS; (2) el aumento en el gasto destinado a los programas sociales; (3) un importante avance del empleo formal; (4) la moderada pero continua expansión del crédito al consumo; y como factor externo. (5) el importante incremento de las remesas enviadas del exterior
En la actual coyuntura varios de estos impulsores de la demanda vienen mostrando una acentuada debilidad que generan preocupación. En primer lugar, destacan las remesas. El impulso es claro, antes de la administración anterior, en 2018 las remesas sumaron 34.4 mil millones de dólares (mmdd), y para este año alcanzará la cifra récord de 65 mmdd, casi el doble y llegan a representar el 5% del consumo privado.
Desafortunadamente, este flujo de recursos pierde dinamismo (después de crecer en los primeros cinco años del sexenio a una tasa promedio anual de 14, en 2024 solo crecerán 3%), ello debido a la desaceleración productiva de Estados Unidos. Lo más preocupante es que por efecto de la desaceleración, de la inflación y por la apreciación del tipo de cambio, el poder adquisitivo de las remesas viene cayendo desde hace poco más de un año.
El segundo elemento se refiere a una marcada desaceleración en la generación de empleos formales. Así lo indican los registros del IMSS. Si bien en la administración obradorista se han creado 2.3 millones de empleos formales hasta agosto pasado, el ritmo de generación de empleos viene disminuyendo de manera acentuada. En el pico durante 2022 se crearon 816 nuevas plazas, no obstante, en este año solo se logrará una generación de 400 mil y posiblemente se mantenga esta creación de empleos el próximo año.
Por estos factores, aun cuando persistan el crecimiento de los salarios, de la ayuda social y del crédito, la dinámica del consumo se verá afectada en los próximos años si no se toman medidas suficientes para incentivar un crecimiento económico más acelerado vía mayor inversión que promueva el empleo formal. En cuanto a las remesas el panorama no es favorable frente al menor crecimiento de Estados Unidos.