A veces decimos la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Pero otras veces, muchas más de las que estaríamos dispuestos a conceder, decimos verdades a medias y medias verdades.
¿En qué consiste decir una verdad a medias y una media verdad?
Lo primero que tenemos que tener en claro es que el porcentaje aludido no tiene que ser el de una mitad estricta. Decir una verdad a medias no significa que sólo digamos el 50 por ciento de la verdad en cuestión; y decir una media verdad tampoco significa que lo que digamos sea 50 por ciento verdadero y 50 por ciento falso de manera exacta. Los porcentajes pueden variar. Lo relevante es que en un caso sólo decimos parte de la verdad y en el otro caso sólo decimos algo que es en parte verdadero.
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Tomemos a las verdades a medias. Hay ocasiones en las que nos guardamos cierta información relevante en una conversación. Esto significa que decimos parte de la verdad, pero no la decimos entera. Aquí no hay una mezcla entre verdad y mentira, sino, simplemente, una verdad incompleta. No decir toda la verdad puede ser un engaño, más no por eso es una mentira en sentido estricto.
Decir una media verdad, en cambio, sí es una mentira, aunque involucre algo de verdad. Una media verdad es un acto deliberado de mentir dentro de una aseveración en la que también se dice, en parte, la verdad. En este caso, se miente con una parte de verdad.
Se podría decir que, dado que en una verdad a medias se dice la verdad y en una media verdad se dice parte de verdad, no se debería clasificar a la primera como un engaño y a la segunda como una mentira. La respuesta a esta objeción es que lo que cuenta en ambos casos es la intención.
Examinemos la verdad a medias. Si alguien me preguntara algo específico acerca de una cuestión y yo le respondiera sinceramente, sin añadir más de lo que sé al respecto, no diría una verdad a medias, aunque yo tuviera más información de la que se me solicita en ese caso. Si luego se me reclamara por no haber dicho todo lo que sabía, yo podría replicar que, dado que no se me hizo una pregunta directa al respecto, no estaba obligado a decir de más e incluso que no tenía idea de que esa información adicional fuera relevante para la cuestión. Si no dije más no fue por ocultar algo, sino simplemente, porque no tenía idea de que ayudaría en algo que yo lo dijera. No obstante, si yo no dijera el resto de lo sabido con la intención precisa de que mi interlocutor no lo supiera, entonces sí estaría diciendo lo que se conoce como una verdad a medias.
Consideremos ahora el fenómeno de la media verdad. Un fenómeno común en el que aparecen las medias verdades es la exageración cortés. Por ejemplo, es una verdad que me gustó la comida que me dieron en la casa de un amigo. Si quiero ser generoso con mi anfitrión puede exagerar un poco y decirle que me gustó mucho la comida. A decir verdad, la comida me gustó, pero no tanto como al grado de que me haya gustado mucho, eso no es verdad en sentido estricto, pero lo digo por cortesía. Estamos aquí ante lo que algunos clasificarían como una mentira blanca: una mentira que no se dice para perjudicar a alguien sino para hacerle algún tipo de bien. Sin embargo, una mentira blanca no deja de ser mentira. O puesto de otra manera: aunque la intención de mentir no sea mala, los hechos se deforman para beneficio de alguien, en este caso, no del que miente sino de aquel a quien se miente. Si la intención fuera otra, por ejemplo, la de que el beneficio fuera para mí, digamos, para quedar bien con el anfitrión, de quien quiero obtener alguna ventaja, entonces, la misma media verdad de que la comida me gustó mucho dejaría de ser blanca para volverse oscura. Lo importante, en cualquier caso, es la intención mendaz. Si examináramos con lupa todo lo que expresamos nos asombraría descubrir cuántas verdades a medias decimos a diario.