A un año del 7 de octubre, en el lugar donde todo comenzó

VOCES DE LEVANTE Y OCCIDENTE

Gabriel Morales Sod<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Gabriel Morales Sod*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

El lunes de esta semana se cumplió un año de la masacre de Hamas en el sur de Israel. El día que cambió no sólo el futuro de esta nación y del pueblo palestino, sino el destino de la región y del mundo entero. Planeta, nación, pueblo, guerra, masacre son sólo abstracciones, conceptos que tratan de explicar fenómenos de masa. Palabras que poco a nada significan para los miles cuyas vidas, de ambos lados de la frontera, cambiaron ese día para siempre.

Mi día lunes, 7 de octubre, comenzó en Reim, el lugar en la frontera con Gaza donde se celebró el festival Nova y donde Hamas asesinó, violó y secuestró a casi 400 jóvenes. Llegué a Reim minutos antes de las 6:29 a.m., la hora en la que la música dejó de sonar. He pensado, sin llegar a ninguna conclusión útil, cómo describir con precisión la ceremonia de las familias de estos jóvenes, el dolor que había en el aire. De todas maneras lo intentaré.

A lo lejos, provenientes de Gaza, se escuchaban cada unos cuantos minutos los sonidos de una guerra que, a ya más de un año, no parece tener fin en puerta. Explosiones, disparos, artillería, un recordatorio funesto de que más de cien rehenes siguen bajo los túneles de Gaza, y el sufrimiento de miles de palestinos e israelíes y la ola de destrucción aún continúan. ¿Cómo poder recordar a tus seres queridos con esta siniestra música de fondo?, ¿cómo encontrar consuelo cuando decenas de familias siguen esperando, cada vez con menos esperanza, ver a sus hijos, hermanos, padres, regresar del cautiverio?

El ruido de fondo, el sonido de la guerra, continuó durante toda la ceremonia; en ocasiones las explosiones eran tan fuertes que la tierra temblaba; sin embargo, en el lugar de la masacre reinaba el silencio. El dolor de 400 familias que lloraban juntas se combinó en un grito tan fuerte que terminó convirtiéndose en un silencio paralizante; sólo los gritos espontáneos de algunas de las madres lo interrumpían de manera esporádica.

La ceremonia comenzó a 30 segundos de la última canción que se tocó en el festival antes de que comenzara el ataque terrorista; después, padres, hermanos, madres y amigos subieron a un escenario improvisado en cajas de madera para hablar de y con sus muertos. Ningún discurso político; ningún grito de venganza; sólo preguntas y más preguntas ¿cómo es posible que seres humanos hayan podido cometer esta atrocidad?

El lema de la comunidad Nova, después de la masacre, es “Volveremos a bailar” —we will dance again—. Estos jóvenes, muchos niños, murieron a manos de Hamas por el único pecado de ir a bailar. En los últimos meses he visto a muchos de los 3 mil supervivientes bailar de nuevo. Sin embargo, en Reim, el 7 de octubre del 2024, presencié por primera vez la cara del duelo colectivo, del dolor de las masas.

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