Todo parece indicar que seguimos bajo la estrategia de que desde la mayoría no se plantea ni por asomo el diálogo para la gobernabilidad con quienes piensan diferente.
Con López Obrador no hubo diálogo con la oposición en todas sus manifestaciones. Ya no hablemos de los partidos políticos, hablemos de grupos de la sociedad civil que buscaron el diálogo, el cual nunca se dio, más bien, todo terminó en el rechazo o la indiferencia.
Es cierto que la mayoría tiene el derecho a aprobar sus propuestas aplicando la aplanadora del Congreso. Sin embargo, la clave está en cómo conciben la gobernabilidad del país y el papel que le conceden a las oposiciones.
Habría motivos para que los diluidos partidos de oposición pudieran ser vistos con desdén en función de que han venido representando cada vez menos para la sociedad. Quizá en términos de militancia le suceda lo mismo a Morena, la diferencia está en que es el poder y sus políticas públicas y su trabajo en territorio lo que lo tienen con altísimos niveles de aceptación y popularidad. No solamente estamos como sociedad en medio de decisiones que nos están llevando a un cambio de régimen. Estamos también ante formas políticas bajo las cuales se están tomando decisiones de enorme trascendencia en donde al amparo de la democracia y de la interpretación de las leyes se llega a conclusiones en las que se termina por gobernar de manera unilateral sin tomar en cuenta a las minorías que, a pesar de sus limitaciones, representan una forma de pensamiento en la sociedad.
El problema en el que estamos también es que existe una justificación sistemática de las decisiones tomadas en donde se pasa por alto los elementos legales bajo un argumento que se utiliza a menudo de manera maniquea: el mandato del pueblo.
Estamos ante una mayoría que sigue bajo el voy derecho y no me quito y, al mismo tiempo, estamos ante una oposición que está siendo intrascendente. Mientras Morena tenga el control del Congreso, tenga a la Presidenta y una significativa presencia nacional, y la oposición siga en el marasmo buscando vericuetos para tratar de hacerse valer por formulismos y lejos de las demandas populares, los escenarios seguirán igual y seguramente se radicalizarán.
El futuro es incierto, porque estamos bajo una dinámica de aprobación de reformas a las que no se les ha dado el tiempo de debatir y discutir, sobre todo, con personajes de nuestra sociedad que mucho tienen que plantear y que no necesariamente están opuestos u opuestas a los planteamientos dirigidos desde Palacio Nacional desde la pasada administración.
Morena tiene el derecho ganado a aprobar sus reformas para su proyecto de nación. Lo que hace la diferencia para el fortalecimiento del diálogo, la democracia y la pluralidad es la forma en que lo hace. Cada vez hay más signos de acciones políticas en donde se pasa materialmente a segundo plano o se omite el Estado de derecho, algunas de las decisiones van dejando antecedentes y además se expanden como forma de gobierno y otras rozan en el cinismo.
Recordemos cómo López Obrador se llevó a lo oscurito a quien era presidente de la Corte, Arturo Zaldívar, hoy funcionario de la Presidencia, para decirle cómo quería que se hicieran las cosas. El coordinador parlamentario de Morena en el Senado informó que hizo “política” para persuadir al Consejo de la Judicatura Federal para que optara en favor de la reforma.
El país se está reconstruyendo en función de una mayoría legítima. El problema es que esta mayoría no concibe como una forma eje de la gobernabilidad la democracia, la pluralidad y el diálogo; en eso andamos y andaremos.
RESQUICIOS.
A partir de la brillante organización de los Juegos Olímpicos de 1992, España despuntó en el deporte mundial. En el último año se han ido tres de sus representantes que le cambiaron la cara al deporte en el mundo: Pau Gasol, basquetbolista; Andrés Iniesta, futbolista, y Rafael Nadal, tenista de época; estamos lejos muy lejos.