Los años sombríos de la CNDH

MARCAJE PERSONAL

Julián Andrade<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Julián Andrade*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

La CNDH fue una de las instituciones más relevantes en el periodo de transición y de consolidación de la democracia. Desde hace cinco años está viviendo una época de oscuridad, pero puede salir de ella, acaso como última oportunidad, si en el Senado designan a la persona adecuada para corregir el rumbo.

La CNDH merece otra oportunidad, la que sólo puede cristalizarse si recobra su independencia y se pone al servicio de la ciudadanía, ayudando a la mejora institucional, pero sobre todo, salvaguardando su esencia, que es la de la protección de las personas contra cualquier arbitrariedad.

Surgió por la necesidad de enfrentar violaciones a los derechos humanos, en un momento en el que la degradación de las policías había tocado fondo en diversos aspectos.

Pero también como una necesidad de atender a la desaparición forzada de personas, la que era producto de los coletazos de los años sesenta y setenta, de las cuentas por saldar del periodo de la Guerra Sucia.

Se eligió el modelo del ombudsman (ahora ombudsperson), porque facilitaba su consolidación y porque se partía de la premisa de que la autoridad moral de quien presidiera esa institución, la dotaría de la fuerza suficiente para que sus recomendaciones se atendieran y cumplieran.

El primer presidente de la CNDH, el doctor Jorge Carpizo, realizó una labor ejemplar.

Tenía, en su favor, el respaldo del titular del Poder Ejecutivo, pero sobre todo, la voluntad de hacer que las cosas pasaran, enfrentándose a grupos que se sentían impunes y que creían que nunca les llegaría la hora de enfrentar las consecuencias de violar derechos.

Carpizo, por su propio temperamento, por su refinada formación de jurista, le imprimió un estilo a su gestión que hacía que los servidores públicos, de cualquier nivel y sin importar la jerarquía, se preocuparan una vez que los visitadores de la institución iniciaban el análisis de algún asunto.

Pero no resultó sencilla su labor, sobre todo porque se enfrentaron resistencias, sobre todo entre grupos policiacos que estaban acostumbrados a la impunidad.

La clave radicó, precisamente, en actuar siempre apegado a las convicciones, pero respaldado por análisis jurídicos y técnicos de alto nivel, para hacer de las recomendaciones una roca de granito con las que se podían enfrentar las inconformidades, e inclusive los ataques de quienes se sentían afectados.

Y es que el ombudsperson tiene que ser esa piedra en el zapato, el invitado que molesta porque dice las cosas que no siempre se quieren escuchar en los salones del poder, pero que a la vez funciona como un dique para que la impunidad no inunde la pradera.

Vale la pena recordar a Carpizo, porque su ejemplo puede servir de brújula. Senadores lo conocieron y trataron, algunos, inclusive, saben lo que costó construir la CNDH que ahora está en penumbras y ruinas. Tienen el deber de rescatarla, inclusive por el bien de su propio proyecto.

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