El psicoanálisis tiene mucho que decir sobre las adicciones, llamándolas también patologías de la dependencia. Esta convicción se deriva de muchos años de trabajo clínico durante los que he visto cómo otros enfoques para tratar las adicciones pueden ser útiles pero se quedan cortos en entender la función del síntoma.
Para el psicoanálisis no se trata sólo de que de-saparezca el síntoma después de un tiempo de tratamiento sino de entenderlo como lo que es: un intento de solución para hacer frente a algo insoportable que atraviesa el paciente. Es tan importante el síntoma que funciona incluso como alternativa al acto suicida. A veces la vida es tan insoportable que se encuentra en la dependencia una solución, si bien destructiva, no definitiva como la muerte.
La elección de un objeto o de una sustancia o de una situación, cobra para el sujeto la función de catalizador irresistible del goce. Sabemos que el goce es una palabra que Lacan designó para describir la meta de la pulsión, es decir, la satisfacción, y que tiene un funcionamiento paradójico porque en lugar de placer, busca el displacer. Se puede decir que el goce es siempre masoquista, que está del lado de la pulsión de muerte y de la compulsión a la repetición. Ahí, de ese lado, se ubican las patologías de la dependencia.
El sujeto es empujado inexorablemente al consumo de la sustancia o situación que lo hace gozar. No puede decir que no, y queda absorto y devorado por la “solución” a su malestar insostenible.
Recientemente escuché a un psiquiatra hablar de las adicciones como patologías de la fuerza de voluntad y es interesante pensar que además de lo inevitable de la repetición inconsciente, también hay una debilidad en la voluntad, que se ha dejado de lado en las explicaciones psicoanalíticas y que aunque no es suficiente, como lo es para el voluntarismo de la moral o las religiones, también debe tomarse en cuenta. No somos puro inconsciente.
En su libro La comida y el inconsciente, Domenico Cosenza (NED ediciones, 2018,) ubica en la misma categoría de “autoterapia” a las toxicomanías, el alcoholismo, la anorexia, la bulimia y la obesidad, todas soluciones mortíferas que operan más allá del principio del placer. Hay una instancia sádica que le ordena al sujeto que goce de la sustancia sin límites. Claro que este intento de solución se convierte en una condena de amplios efectos destructivos. Al hablar de autoterapia, se hace referencia a una alternativa a la angustia, al sentirse el sujeto incapaz de atravesarla sin algún tipo de dependencia. La angustia es la señal de lo real, de lo que es imposible sustraerse o curarse. La angustia no se cura, se atraviesa.
El sujeto bebe, consume drogas, deja de comer, vomita o se come todo, como una operación que pone en práctica para evitar el atravesamiento de la angustia y echa a andar los mecanismos de la evitación, la negación y la escisión (lo enfrentaré después, no es tan grave, en este momento todo está bien).
Si se intenta eliminar el síntoma sin entender su función se corre el riesgo de un brote psicótico que puede incluir ideación o intento suicida. Tampoco se trata de dejar al paciente sufriendo la adicción sin ayuda sino que al mismo tiempo que se busca la disminución o la erradicación de su patología de la dependencia, se busca entender el origen, la función, la evolución, qué significa, qué le da, en qué lo ayuda, en qué momentos la solución es más apremiante, con la intención de alejarse de ser técnicos de la conducta y acercarnos a la psicodinamia de estas soluciones fallidas.
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