Nietzsche es autor de la conocida frase de que “no hay hechos, sólo interpretaciones”. Aunque este apotegma se repita con frecuencia, dentro y fuera de la filosofía, hay que explicarlo para que, a su vez, no se interprete a la ligera.
La filosofía de Nietzsche no es sistemática, no se desarrolla en la forma de una teoría que sigue pasos deductivos para llegar a una serie de conclusiones bien definidas. Si queremos saber lo que el filósofo alemán quiso decir con aquella frase es preciso hacer una lectura de su obra que nos permita comprenderla adecuadamente. Sin embargo, esa lectura siempre será una entre otras y, por lo mismo, tendrá que plantearse como una hipótesis hermenéutica (aquí tampoco hay hechos, se diría, sólo interpretaciones).
Ofrezco a continuación la manera en la que reconstruyo la tesis nietzscheana. El mundo no está conformado por objetos y hechos con una identidad y una esencia independientes de su interacción con los seres humanos. Dicho de otra manera, el mundo existe, es real, pero no está compuesto por los objetos y los hechos que nosotros distinguimos en él. El mundo no viene etiquetado de origen. Somos los seres humanos quienes por medio del lenguaje cortamos y ordenamos al mundo en los objetos y los hechos de los que hablamos. Por lo mismo, la verdad es relativa a cada lenguaje, a cada modelo de organización. No hay verdades grabadas en granito, independientes de los intereses humanos. Por eso mismo no hay hechos, es decir, no hay algo fijo en el mundo a lo que debamos plegarnos con obediencia, sino que sólo hay interpretaciones, es decir, diferentes maneras de entender el mundo que nos permiten hacernos dueños de la realidad.
La llamada voluntad de verdad, tan elogiada por los filósofos antiguos, esconde siempre, de acuerdo con Nietzsche, una voluntad de poder. La disputa por la verdad es, a fin de cuentas, una disputa de las interpretaciones. Si se nos ha hecho creer que existe una verdad que no dependa de los seres humanos ha sido para el beneficio de ciertos grupos, como los sacerdotes, los filósofos, los juristas o los científicos que han impuesto sus interpretaciones para mandar sobre los demás. En su ensayo “Sobre verdad y mentira en un sentido extra-moral”, Nietzsche sostuvo que la primera mentira, la más grande mentira de la humanidad es que existe esa verdad universal, absoluta, eterna. Cuando los seres humanos descubrimos ese engaño gigantesco podemos liberarnos del dominio de aquéllos que han querido imponernos esas supuestas verdades como necesarias, innegociables, definitivas. Las pretendidas verdades de la moral, del derecho, de la ciencia y de la religión han esclavizado al ser humano y le han restado sus posibilidades de convertirse en un ser superior, libre, dueño de sí, creador de su propio universo. Nietzsche considera que para que el ser humano rompa sus cadenas y alcance sus posibilidades más altas, debe dejar de creer en hechos puros, hechos de los que no hay nada que interpretar.
Se han ofrecido varias respuestas a la tesis nietzscheana de que no hay hechos y sólo interpretaciones. Aquí sólo plantearé, muy brevemente, una de ellas. ¿Qué sentido puede tener afirmar que esa tesis es verdadera? Si su verdad no está fundada en algún tipo de hecho acerca de la naturaleza de la realidad, entonces ella misma es una interpretación entre otras. Pero, entonces, su valor está limitado al alcance de esa interpretación, es decir, siempre podrá haber otra interpretación que cumpla con otros fines y se juzgue a la luz de ellos. Por lo mismo, o bien la tesis es un contraejemplo de lo que ella misma sostiene, es decir, de que no hay hechos, o bien la tesis misma es una interpretación entre otras.
Nietzsche podría responder que, en el plano de la filosofía, las pugnas entre las interpretaciones se dirimen por las repercusiones que tienen en el orden más alto de la vida humana. Su tesis, diría Nietzsche, nos hace seres libres y poderosos, la contraria, en cambio, sometidos y débiles. No obstante, se le podría recordar que su interpretación de lo humano no es la única, ni quizá la mejor, que se puede ofrecer. A menos, claro está, que se formule como un hecho, violando así sus propias premisas.