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LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>&nbsp;<br>
Valeria Villa*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.  larazondemexico

Dijo Schopenhauer que el hombre se mueve entre la angustia de la falta y el aburrimiento de la concreción. Cuánta razón tuvo al describir estos dos polos en tensión que resumen de algún modo la existencia.

Uno de los grandes temas de vivir es la insatisfacción. En algunas personas como una afectación permanente que los hace sentir que nunca nada es suficiente. En otros, menos voraces o más modestos o conformistas quizás, solamente a veces.

La teoría psicoanalítica la describe como castración o falta. Aceptar eso que nos falta, o que no somos o que nunca tendremos, es haber procesado nuestra castración. Aceptar que la falta nos atraviesa es alejarnos de megalomanías o narcisismos patológicos para vernos como lo que somos: seres en falta.

Es que siempre nos falta algo, siempre hay un deseo de lo que no hay, que puede funcionar como motor de crecimiento y a veces como fuente de malestar. No se debe generalizar, todo depende de la personalidad, de la historia de vida, de las circunstancias presentes. No es el mismo grado de insatisfacción el que siente una mujer que fue una niña muy sola, que recibió poca atención, que tuvo la sensación de haber vivido una infancia aburrida entre adultos, medio abandonada, con una personalidad inquieta, curiosa, transgresora incluso, que el grado de insatisfacción que puede llegar a sentir otra mujer más tranquila, no muy competitiva, que se vivió muy vista, muy querida, muy importante y atendida durante su crecimiento. Son dos escenarios muy distintos.

Es normal dejar de desear lo que se tiene por habituación, costumbre, por el paso del tiempo. Lo importante no es la falta de deseo sino la incapacidad para disfrutar de lo que sí se tiene y sólo anhelar lo que no está. Aquí sí que hay un poco de patología.

El circuito del deseo es una repetición circular: deseamos algo, lo logramos, lo disfrutamos un tiempo, aparece un nuevo deseo, hay logro, aparece un nuevo deseo. Es así, es normal, es humano, aunque en algunos casos, es fuente de sufrimiento.

El no desear nada, estar en un estado de pesimismo absoluto en el que nada mueve el deseo, es característico de la depresión.

Otro fenómeno que se puede asociar al deseo es la necesidad de reconocimiento permanente. Hay personas a las que se les va la vida en desear que los reconozcan y en hacer todo lo que hacen para ser reconocidos. Esta posición es consecuencia de una carencia de amor propio. No hay suficiente amor internalizado y autónomo, luego, el amor que viene de afuera es el objeto fundamental de deseo.

Dicen que habría que disfrutar de los proyectos, del trayecto, del camino. Un plan hacia la consecución de un deseo podría ser fuente de felicidad y no sólo llegar a la meta anhelada, porque hay muchos sueños que no se concretan como esperábamos. También no llegar a donde queríamos es parte de la vida. Saber disfrutar de los procesos es un antídoto, porque en la ambición desmedida solamente se encuentra la angustia.

Es interesante pensar en todo lo que hacemos en la persecución de un deseo, todos los recursos que echamos a andar, todo el tiempo, las expectativas, a veces (ojalá) el amor que le ponemos a alcanzar algo que consideramos valioso.

Pero siempre habrá una discrepancia entre lo que soñamos y lo que encontramos. Hay una parte del sueño que nunca se cumple.

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